“Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro”
2 Mac 7, 1-2. 9-14; Sal 16; 2 Tes 2, 16-3, 5; Lc 20, 27-38.
Ante la pregunta de los saduceos (después de muertos, ¿de quién será mujer la viuda de aquellos siete hermanos?), Jesús pacientemente responde que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros que la terrena.
Luego pasa a confrontar. Lo hace citando la Sagrada Escritura de manera sencilla. La prueba la encuentra en el episodio de Moisés y la zarza ardiente, donde Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; para él todos viven”.
En Jesús Dios nos da la vida eterna, nos la da a todos, y gracias a Él tenemos la esperanza de una vida aún más verdadera que la actual.
Un sobreviviente de un accidente de avión comenta lo que aprendió en ese acontecimiento: “Todo cambia en un instante, es mejor no aplazar nada, no hay que perder el tiempo en cosas que no importan con gente que sí importa. Entre tener la razón y ser feliz, es mejor elegir lo segundo.”
Ciertamente que si creo firmemente que en Dios todos viven, no le daré importancia a cosas irrelevantes sino a lo esencial: vivir eternamente fundida en Dios porque en Él todos vivimos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor Carolina Flores H.C.
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