“¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos!”
Rom 8, 31-39; Sal 108; Lc 13, 31-35.
En el pasaje del evangelio del día de hoy se anuncia la muerte de Jesús. Se vislumbra el asesinato de Jesús, el único justo, víctima de la violencia. Pero su muerte, injusta e insensata, dará sentido a todas nuestras muertes que muchas veces son injustas y sin sentido. En su muerte, nuestra muerte, aunque sea inevitable, adquiere un significado profundo.
Jesús se dirige a Jerusalén. Ahí se consumará su condenación pero también será el lugar de salvación. Jesús se dirige a esta ciudad sabiendo que será rechazado. Sin embargo, el rechazo no frena su viaje. Por el contrario, lo lleva a su fin.
A la miseria del ser humano representada en el zorro se le une la misericordia de Dios representada en la gallina. Juntas forman una sola realidad con doble faceta. Al final, Dios mostrará que es el vencedor porque es el dueño de la vida. Por eso Jesús no teme enfrentar ni a Herodes, ni a Pilato ni mucho menos a su final trágico.
Señor, danos valor para seguirte en medio de las dificultades. Que siempre confiemos en tu amor.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Antonio G. Escobedo Hernández C.M.
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