“Bajó a su casa reconciliado con Dios”
Sir 35, 15-22; Sal 33; 2 Tim 4, 6-8; 16-18; Lc 18, 9-14.
El domingo pasado Jesús hablaba de la necesidad de perseverar en la fe. Para ello ponía el ejemplo de la viuda insistente que pedía ayuda al juez incrédulo. En el evangelio de hoy, Jesús continúa hablando de la oración proporcionando elementos para robustecer nuestra fe.
Recordemos que la fe es como el marco de la puerta de entrada al reino. Las vigas que sostienen dicha puerta son la oración y la humildad. Sin la oración, la fe muere de asfixia; sin la humildad, crece la presunción. Por eso, después de declarar la necesidad de orar, Jesús enfatiza en la humildad pues es lo que brinda una profunda cualidad a la oración.
El fariseo del evangelio se condena porque olvida el mandamiento principal: amar a Dios y al prójimo. El pecador, por su parte, es justificado porque reconoce que necesita de Dios. Al final, Dios nos ama sin condiciones y nos recibe a pesar del mal que hayamos realizado.
Pongamos el corazón de rodillas delante del Señor.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Antonio G. Escobedo Hernández C.M.
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