”Orar siempre, sin desanimarse“
Ex 17, 8-13; Sal 120; 2 Tim 3, 14–4, 2; Lc 18, 1-8.
Siempre es necesario rezar porque en cada instante se requiere de la presencia del Señor. Se puede rezar siempre porque la oración no se sobrepone a las actividades. Por el contrario, las ilumina y las encamina a su destino. El corazón siempre debe estar dirigido a Dios y estar presente en Él. La acción que no nace de la oración es como una flecha lanzada por un arco blando: sin dirección ni fuerza no golpeará en el blanco.
Además, la oración es importante porque manifiesta nuestro deseo de estar cerca de Dios. Es el anhelo que tenemos de Él. La oración, en realidad, es el mejor regalo que se nos ha dado, pues nos abre al reino que llega oculto y en el sufrimiento, pero que al final se revela en la gloria.
En el evangelio de hoy, Dios se hace el sordo. Tal vez el Señor quiere que le gritemos. O tal vez somos nosotros los que no lo escuchamos.
Pidamos al Señor que nos enseñe a pedir, que nos enseñe a abrir nuestros oídos y corazón a su voz. Pidamos que nos ayude a ser constantes y a pedir sin desfallecer.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Antonio G. Escobedo Hernández C.M.
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