“¡Ay de ti Corozaín! ¡Ay de ti Betsaida!”
Bar 1, 15-22; Sal 78; Lc 10, 13-16.
Cuando Jesús dice “¡ay de ti…!”, no está amenazando a las ciudades. Muchas personas creen que estas palabras significan “la que te espera por el mal que has hecho”. Pero no es así. El “ay” más bien refleja el lamento y la tristeza de Jesús. Es el dolor de Dios por el mal de la humanidad, es la aflicción del amor que no es correspondido.
El juicio que emite Jesús no debe interpretarse como “pobre de ti”, sino “me duele que no me aceptes”. El mal toca directamente el corazón infinito de Dios porque Él ama infinitamente. Por eso, el pecado provoca el lamento y el sufrimiento de Dios. Todo ello se refleja en la cruz porque la cruz señala la seriedad del amor y, al mismo tiempo, la gravedad del mal.
Ojalá que veamos que Jesús nunca nos amenaza. Por el contrario, se lamenta por el amor no correspondido, pero sobre todo, nos espera para brindarnos su amor que no tiene medida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Antonio G. Escobedo Hernández C.M.
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