“Apártate de mí Señor, que soy un pecador”
Col 1, 24-2, 3; Sal 97; Lc 5, 1-11.
La experiencia del encuentro con Jesús tiene dos caras: la primera de ellas resulta siempre fascinante, la persona de Jesús no deja, ni dejará de ser atractiva por ser inteligente, liberadora, compasiva, coherente, incluyente, misericordiosa. Es el gran modelo para todo ser humano en sus aspiraciones más profundas, no siempre descubiertas con claridad por los hombres. De este modo, el ser humano es conducido por Jesús a una experiencia de fe, de discernimiento, de confrontación consigo y sus acciones. El pescador que no ha pescado nada es invitado a pescar… para luego ser llamado a ser pescador de hombres.
La segunda cara resulta terrible, no por Jesús, sino por nosotros, que al encontrarnos con Él, como Pedro, descubrimos que somos pecadores, y eso nos asusta, nos da temor. Mientras, Jesús nos conduce a una revisión de toda nuestra vida, que no resulta agradable pero que es necesaria para seguirlo, para luego manifestar su confianza en nosotros, llevarnos a iniciar una nueva vida, con mayor sentido, libre y profunda, sintiéndonos perdonados. Y desde ahí, enfocarnos en la construcción del Reino, que con Él nos ha llegado.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jesús Plascencia Casillas C.M.
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