Uno de los aspectos más bellos en la vida de la Sociedad de San Vicente de Paúl es la unidad y la sinergia que reinan entre sus miembros, cuando se trata de la promoción de los más necesitados. No hay divergencias entre nosotros, los consocios. Solo hay certezas: nuestro trabajo debe enfocarse en la evangelización, buscando una vida más digna para las personas más necesitadas, en el nombre de Cristo, para gloria de Dios.
Esta unidad constituye un aspecto diferencial en la vida cotidiana de la Sociedad de San Vicente de Paúl que, incluso, nos distingue de otros movimientos y pastorales. Al mismo tiempo que gozamos de esa unidad, cada uno de sus miembros es, naturalmente, diferente. Cada consocio tiene su cultura, sus talentos, sus experiencias de vida, sus orígenes, educación, diversas influencias recibidas, etc. Pero, ante el desafío de resolver el problema de los pobres, ahí estamos completamente alineados, unidos, en sintonía, convergentes.
Es evidente que, en la gestión de los Consejos y de las Conferencias, pueden surgir conflictos y debates de ideas que, hasta cierto punto, pueden ser intensos y acalorados. Después de todo, somos humanos y pecadores. Pero la discusión se queda ahí: tan pronto se alcanza el consenso, pasamos a hablar una misma lengua, defendiendo todos el mismo punto de vista, pronunciando el mismo discurso. Esta «unidad en la diversidad» siempre me ha emocionado, y fue uno de los motivos que me trajeron a la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Al mismo tiempo que logramos alcanzar la «unidad en la diversidad», ocurre automáticamente otro desdoblamiento: la búsqueda de la santidad. Si estamos unidos, aunque pensemos diferente, tenemos muchas más posibilidades de alcanzar la santidad, que es la razón de nuestro trabajo con las personas que sufren. Como ya nos enseña la Regla Internacional (item 2.2), a los «Vicentinos se les llama para caminar juntos hacia la santidad», aún «conscientes de su propia debilidad y vulnerabilidad». Este camino hacia la santidad no solo se realiza en las visitas a los pobres, en la participación en la vida cotidiana de la Sociedad de San Vicente de Paúl o en la vida de oración en la Iglesia, sino también cuando cada consocio se desapega de su propio parecer, buscando la convergencia de opiniones en decisiones consideradas polémicas. Esta forma de actuar, conciliadora y amistosa, nos impulsa hacia la santificación personal, en un clima de servicio a quien más sufre. Es necesario ser flexible y tolerante.
Queridos vicentinos de la Sociedad de San Vicente de Paúl y demás miembros de la Familia Vicenciana: somos realmente diferentes, únicos, pero unidos en Cristo e hermanados en el sufrimiento de los pobres. Por eso, en camino a la santidad, podemos incluso divergir, pero encontramos el consenso con la ayuda del Espíritu Santo que suaviza nuestros corazones y nos da el entendimiento para saber que nuestro papel, como miembros de la Iglesia y voluntarios, es mucho más importante que las pequeñas diferencias de opinión que, muchas veces, son diseñadas por el demonio que quiere promover divisiones.
Actuando con dulzura, sencillez, humildad, desinterés y celo, los vicentinos perfeccionan su vida espiritual y ayudan a construir un mundo menos desigual y más solidario, sirviendo en esperanza.
Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la Sociedad de San Vicente de Paúl
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