El mundo todo es obra de las manos creadoras y generosas de Dios. El ser humano, con la imagen y el aliento divinos, fue puesto en esta casa maravillosa con el encargo de servirse, pero al mismo tiempo preservar la obra maravillosa de Dios. En la creación, el hombre siempre ha visto las huellas del amor infinito del Creador. Todo sale bien hecho de las manos de Dios, en armonía y equilibrio perfectos.
¿Qué ha pasado? La mente y el corazón del hombre han ido cambiando; las sociedades, la forma de producir, las necesidades de consumo, la industrialización… han ido generando un deterioro tan grande de la creación, que ahora vemos amenazado el equilibrio de la naturaleza y la subsistencia de la humanidad. Desde esta perspectiva, la Iglesia ha caminado hacia una comprensión cada vez más amplia del cuidado de la creación como una responsabilidad moral.
Ya desde 1971 el Papa Pablo VI notaba un serio peligro: “Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, el ser humano corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación”. (Octogesima Adveniens, 21) Advertía también sobre la “urgencia y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad, porque los progresos científicos más extraordinarios y el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre” (Discurso ante la FAO el 16 de Nov. 1970).
El Papa Juan Pablo II hizo más extenso el llamado a la conciencia del hombre sobre este asunto convocando a una “Conversión ecológica global”. El Papa Benedicto XVI hablaba de las “profundas heridas que tiene la naturaleza, producidas por el comportamiento irresponsable del hombre”.
Es muy conocido el compromiso del Papa Francisco con la lucha por crear conciencia ecológica y cuidar “nuestra casa común”. Es el Papa que ha dedicado toda una encíclica al tema ecológico: Laudato Si. En este documento, dirigido “a toda la familia humana”, no sólo a los bautizados, habla con preocupación, pero también con esperanza, del “desafío urgente de proteger nuestra casa común, que incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar” (Laudato Sí, 13).
Pues bien, el futuro nos está alcanzando. El pasado mes de Marzo, la Organización de las Naciones Unidas, en un informe sobre la situación del planeta en relación a la contaminación ambiental, declaró que una de cada cuatro muertes prematuras y de enfermedades en el mundo, están relacionadas con la contaminación y la falta de acceso al agua potable. ¡Es decir que los daños al medio ambiente causan 1 de cada 4 muertes prematuras!
Los productos químicos que dañan el agua, la con- taminación atmosférica, y la destrucción acelerada de los ecosistemas están causando una verdadera epidemia mundial.
Dicho informe de la ONU, llamado en inglés Global Environment Outlook (en el que participaron 250 científicos de 70 países durante seis años) subraya también que la brecha entre países ricos y pobres está creciendo, lo que muestra que hay una relación de dependencia entre el sobreconsumo, la contaminación y el derroche alimentario en el Norte (donde se tira a la basura un tercio de la comida producida) y el hambre, la pobreza y las enfermedades en el Sur.
Alrededor de 1 millón 400 mil personas fallecen cada año de enfermedades evitables como diarreas y parásitos relacionados con las aguas contaminadas.
Además, el informe estima que la contaminación atmosférica causa entre 6 y 7 millones de muertes prematuras al año.
“Se necesitan acciones urgentes y de una envergadura sin precedentes para frenar e invertir la situación”, indica el informe. “Con un planeta sano, se contribuye no solo al crecimiento mundial, sino que también se beneficia a los más pobres que dependen de un aire puro y de agua limpia”.
La situación no es irremediable y la ONU urge a reducir las emisiones de CO2, el uso de pesticidas y el derroche alimentario.
Ya el magisterio de la Iglesia ha puesto la falta de conciencia solidaria y el consumo inmoderado como causas originales del desequilibrio ecológico.
“Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre”. (Laudato Si 48).
Cuidar el medio ambiente, con sensibilidad y solidaridad, también sería, según el pensamiento de la Iglesia, una exigencia del evangelio.
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