“Señor mío y Dios mío”
Ef 2, 19- 32; Sal 116; Jn 20, 24-29.
Después de su resurrección Jesús se aparece a los discípulos que estaban a puerta cerrada, les muestra sus heridas, les da la paz y el Espíritu Santo y les encomienda una misión: perdonar los pecados. Tomás, no estaba con ellos y cuando le dicen que han visto al Señor, éste no les cree. Necesita ver a Jesús y ver sus heridas. Ver para creer. Poca fe.
Cuando Jesús se presenta de nuevo y Tomás ve y toca sus heridas, Jesús le dice: “En adelante no seas incrédulo sino hombre de fe”. Tomás exclama “Señor mío y Dios mío”.
Bienaventurados quienes se hacen discípulos del Señor aunque no lo hayan visto sensiblemente. Su presencia en la Eucaristía nos lo hace presente, igual cada persona que está a nuestro lado.
¿Somos personas de fe o simplemente esperamos ver algún milagro para creer? Jesús está presente en cada persona que nos necesita, si las miramos con los ojos de Jesús comprendemos su necesidad de ser acogidos, escuchados, acompañados, abrazados. Tocar a un necesitado es tocar a Jesús.
Todos, por el Espíritu que Jesús nos da, somos hijos de un mismo Padre, somos hermanos, somos de la familia de Dios. Alabemos al Señor porque su amor por nosotros es grande.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Corina Garza
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