Estuve conversando hace poco con una mujer, que me comentaba una experiencia sorprendente que tuvo mientras revisitaba uno de sus libros favoritos, 20 años después de haberlo leído por primera vez. Esperaba que fuera repetitivo, y, sin embargo, le sorprendió lo nuevo que le parecía, casi como si estuviera leyendo otro libro escrito por un autor diferente. No solo le devolvió cosas que había olvidado, sino que, más inesperadamente aún, le proporcionó información que se había pasado por alto la primera vez. Ella volvió a aprender lo que sabía previamente y llegó a apreciar ese conocimiento en un contexto mucho más amplio.
Su sorpresa se conecta a las palabras que Jesús resucitado les dice a sus discípulos en el capítulo 14 de Juan. «Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho».¿Qué hay en esta palabra,»recordar»?
Parafraseando a Jesús, «Aunque tengas buenas intenciones de recordar las muchas cosas que dije e hice, de hecho olvidaréis buena parete de ellas. Pero, con el tiempo, mis palabras y acciones volverán a vosotros como si las estuviérias escuchando por primera vez. Es mi Espíritu Santo quien os las recordará”.
¿Acaso no ha sido así a menudo en la larga historia del cristianismo? Está el ejemplo de la esclavitud que, durante muchos siglos, la Iglesia consideró una práctica aceptable. Pero diferentes creyentes comenzaron a plantear objeciones a la misma y, con los años, crearon la presión para revertir esta llamada tradición. Lo que impulsó sus argumentos fueron muchas palabras y hechos olvidados de Jesús, palabras como: «Me han enviado para llevar buenas noticias a los pobres, para liberar a los prisioneros y proclamar un día de gracia para todos». Era como si estos sentimientos no se registrasen completamente la primera vez que estuvo entre ellos, sino que hubiese que esperar la revelación posterior del Espíritu, este mismo Espíritu Santo que Jesús prometió nos recordaría verdades que se escaparon del conocimiento.
Hay ejemplos más personales donde algo que se escuchó hace mucho tiempo en una clase de catecismo repentinamente tiene un nuevo sentido y adquiere un significado más amplio. Tal vez estoy molesto porque diferentes grupos étnicos y razas se están mudando al vecindario. Y luego, como si fuera la primera vez, Jesús nos dice que todos nosotros somos hijos queridos de Su Padre. O quizás leí sobre la creciente disparidad de ingresos entre el 1% más rico y el 75% más pobre, y de repente las acciones del Señor hacia los mendigos, los lisiados y los hambrientos adquieren nuevas fuerzas. O llevo en mí un resentimiento desde hace mucho contra alguien, y un día, recitando el Padre Nuestro, una frase sobresale: «perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden», y es como si estuviese escuchando esas palabras por primera vez. O, en nuestra tradición vicentina, la forma en que san Vicente, en un momento de su vida descubre el significado más completo de «todo lo que hagas a estos pequeños, me lo haces a mí».
¿No es todo esto como recoger ese libro viejo y recuperar, no solo su contenido, sino también abrirnos a un nuevo significado que se nos descubre?
Cuando está a punto de irse, Jesús promete: «En y a través de mi Espíritu Santo, estaré todavía con vosotros, recordándoos las cosas que dije, recordándoos las actitudes que tuve y devolviendo al presente mis comportamientos durante la vida». Y, además: “Este recuerdo no es sobre el pasado sino que revela cosas presentes. Es mi Espíritu que despierta a la Iglesia y os llama a cada uno de vosotros a reabsorber y volver a aplicar mis palabras y acciones en su vida diaria».
Pentecostés es la fiesta que celebra la cercanía continua del Espíritu Santo de Jesús, esa voz y energía de Dios que fluye a través de toda la vida. Que escuchemos atentamente para captar los susurros de estas «verdades olvidadas»
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