Son uno Jesús y el Padre. Así son también Jesús y sus verdaderos seguidores. Huelga decir que los verdaderos seguidores no pueden sino tener un solo corazón y una sola alma.
Semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, el Verbo incarnado, siente el frío invernal. Por eso, anda él por el templo, en el pórtico de Salomón. Así se escapa, junto con otros tantos, de los vientos fríos que vienen del desierto.
Pero no puede escaparse Jesús de aquellos que anteriormente intentaron apedrearle luego de decir él: «Antes que naciera Abrahán, yo soy». Pero esta vez quieren ellos que Jesús les diga claramente si él es el Mesías. Y se les está agotando la paciencia, pues, dicen: «¿Hasta cuándo nos tendrás en vilo?» (literalmente: «¿Hasta cuándo nos quitarás la vida?»). ¿Acaso le amenazan? Después de todo, le rodean al que, según el pensar de ellos, los impide llevar una vida normal.
Pero amanezantes o no, reciben ellos más de lo que piden. No solo les contesta Jesús que sí se lo dijo ya y que sus obras dan testimonio de él. Les aclara además la razón de su incredulidad. Es que ellos no son de sus ovejas. Les dice a continuación:
Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no
perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno.
Y nada más afirmar Jesús la unión entre él y el Padre, los que se oponen a él intentan de nuevo apedrearlo.
No somos, por supuesto, de los que intentan apedrear a Jesús. Pero lo que dice él de sus ovejas, ¿esto se puede decir de nosotros verdadera y personalmente?
¿Pienso, siento, veo y oigo yo realmente como Jesús? ¿Coinciden mi tacto, mi gusto y mi olfato con los de él? Más concretamente, ¿tengo compasión de las personas que sufren? ¿Acaso no soy, —como lo expresa san Vicente de Paúl (SV.ES XI:561)—, un «cristiano en pintura»?
Seguramente, escuchar la voz de Jesús supone una u otra forma de formación. Por una parte, tengo que preguntarle habitualmente qué haría él si estuviera en mi lugar (SV.ES XI:240).
Y ser unido a Jesús connota compatibilidad o simpatía con él. Etimológicamente, «compatibilidad», «simpatía», significa «padecer con». Así pues, ¿estoy yo dispuesto a padecer, con Jesús, persecuciones y tribulaciones? ¿A lavar y blanquear mi vestidura, —de modo paradójico—, en la sangre del Cordero?
¿Confío yo además en el Todopoderoso? Y, ¿les doy yo la máxima prioridad a las personas que él me ha dado para que yo les sirva?
Señor Jesús, haz que nosotros seamos unidos a ti y unos a otros. Sin avergonzar nosotros a los pobres y sin dejar que pasen hambre, ojalá participemos dignamente de tu Cena.
12 Mayo 2019
4º Domingo de Pascua (C)
Hech 13, 14. 43-52; Apoc 7, 9. 14b-17; Jn 10, 27-30
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