La brújula interior (Lc 9, 28-36)
Años atrás, los aviones estaban equipados con un dispositivo conocido como giroscopio. Era una brújula vertical cuyo función consistía en devolver el avión a su centro cuando se inclinaba demasiado hacia la izquierda o hacia la derecha, hacia arriba o hacia abajo. Un piloto que se perdía en la niebla lo usaba para saber si su avión estaba volando a nivel. Como sistema de guía interno, su función era facilitar el regreso del avión al centro.
Esta brújula interior ha sido utilizada como metáfora del esfuerzo del cristiano por mantenerse firme en el camino del discipulado. ¿Qué es lo que nos permite mantener nuestro equilibrio espiritual? ¿Cómo reconocemos cuando nuestra vida de fe se está desviando de su centro?
En Jesús vemos esta energía en acción, cuando se acerca el momento de tomar decisiones. ¿Debería permanecer a salvo en Galilea o dirigirse a Jerusalén y arriesgarse a enfrentarse con las autoridades? Para averiguarlo, se dirige a esa voz o brújula interior que conocemos como la voluntad de su Padre. Lo hace retirándose aparte para orar, sintonizándose con esa llamada divina e introduciendo su influencia.
Esto sucede no solo en su Transfiguración, sino también cuando ayuna en el desierto, se adentra en el Jordán para su bautismo, agoniza la noche anterior a su muerte y, de hecho, mientras exhalaba su último aliento. El patrón: tranquilizarse y asistir, quedarse solo con su Padre e intuir las instrucciones («correcciones del curso») que se le daban. Jesús hace todo lo necesario para escuchar esa voz íntima, para responder a los indicios y inclinaciones de esa brújula interna.
Todos nosotros poseemos algo semejante, un lugar oculto donde podemos sentir el profundo tirón y el empuje del Espíritu de Dios. Podríamos llamarlo conciencia, vida interior, nuestro corazón, incluso esa brújula interna. El reto es acceder a ella. Como nos muestra Jesús, es necesario calmarse, protegerse del ruido de la sociedad, especialmente en el mundo de hoy, sobreestimulado y empapado por los medios. El apartarse y sintonizar implica entrar en nuestro santuario personal y abrirnos a los variados toques de la mano de Dios.
La sensibilidad a estas «señales direccionales» se puede cultivar. El discípulo separa esos momentos para construir un patrón de escucha, un ritmo para sentir esos empujones interiores que lo guiarían por un camino más recto y verdadero. El tejido de la contemplación activa y la acción contemplativa de Vicente es una parte de esto. Alentándonos a seguir tras la Providencia, él presupone que estamos haciendo todo lo posible para dejarnos guiar por los movimientos de ese cuidado divino.
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