«Yo hago siempre lo que agrada a mi Padre»
Num 21, 4-9; Sal 101; Jn 8, 21-30.
«El que me envió está siempre conmigo y no me deja solo”, “mi Padre dice la verdad, y lo que escuché de él, es lo que digo al mundo…” También dice Jesús estas frases en el texto de hoy. Todas
ellas nos descubren una verdad fundamental: Jesús es el rostro humano de Dios, su verdad definitiva, su palabra encarnada en el mundo para dar fecundidad a la vida del hombre, posibilidades reales y eficaces de encontrar dicha en este mundo, y la salvación eterna.
En otra ocasión Jesús dijo: “Yo soy la puerta”. En eso pienso al escucharlo hoy. Jesús es puerta que, al abrirse, nos introduce a un horizonte infinito de amor y acogida que son los brazos del Padre.
¿No has experimentado volver a la casa paterna después de algún tiempo y, apenas cruzar la puerta, sientes que ahí hay parte de ti? Una atmósfera familiar que te transporta a tus raíces: los olores, los muebles, las fotos en la pared… Sientes como un vientre que te acoge y unos brazos que te reciben y quisieras no dejarlos nunca.
En Jesús, en su vida y su evangelio, vuelves a la casa paterna, esa atmósfera acogedora donde te sientes libre, amado, dignificado. Te sientes verdaderamente hijo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Silviano Calderón S., cm
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