Jer 17, 5-10; Sal 1; Lc 16, 19-31.
“No harán caso ni aunque resucite un muerto”
Conocemos la parábola. Un rico despreocupado, ajeno al sufrimiento de los demás y un pobre mendigo al que “nadie da nada”. Dos hombres distanciados por un abismo de egoísmo e indiferencia.
Pongamos atención en el pensamiento de Jesús. El rico del relato no es descrito como un explotador que oprime a sus trabajadores.
No es ese su pecado. El rico es condenado sencillamente porque disfruta despreocupadamente su riqueza sin acercarse al pobre Lázaro. Esta es la convicción profunda de Jesús, cuando la riqueza no hace crecer a la persona, sino que la deshumaniza, la hace indiferente ante la desgracia ajena.
En nuestra sociedad crece cada vez más la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento del otro. Evitamos en lo posible el contacto con los que sufren. Nos molesta la presencia de un niño mendigo en nuestro camino, nos inquieta el encuentro con un enfermo terminal. No sabemos qué decir ni cómo actuar. Es mejor tomar distancia.
El Señor nos ha bendecido con algunos recursos materiales, que deberían ser puestos al servicio del dolor ajeno, como forma de agradecimiento a Dios y muestra de solidaridad con el hermano.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: José Luis Rodríguez Vázquez
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