Gen 15, 5-12. 17-18; Sal 26; Flp 3, 17-4, 1; Lc 9, 28-36.
“Este es mi hijo amado. Escúchenlo”
En la cumbre de una “montaña alta”, los discípulos más cercanos tienen la experiencia de un Jesús “transfigurado”. Le acompañan dos personajes legendarios de la historia de Israel: Moisés, el gran legislador y Elías, el profeta de fuego. Los dos personajes, que representan la ley y los profetas, no emiten mensaje alguno. Solo vienen a “conversar” con Jesús: solo éste tiene la última palabra.
Pedro no ha entendido. Propone hacer “tres chozas”, una para cada uno. Pone a los tres en el mismo plano. No ha captado la novedad de Jesús. La voz surgida de la nube, aclara las cosas: “Este es mi hijo amado. Escúchenlo”.
Vivir escuchando a Jesús es una experiencia única y es la que funda nuestra fe. Por fin escuchamos a alguien que dice la verdad, porque es la verdad.
Una comunidad se va haciendo cristiana cuando va poniendo en su centro el Evangelio. Ahí se juega nuestra identidad. Es un hecho social humanizador que un grupo de creyentes escuchen juntos el “relato de Jesús”. Cada domingo podemos sentir su llamada a mirar la vida con ojos diferentes, más misericordiosos, y a vivirla con responsabilidad de forma que logremos un mundo diferente, más vivible.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: José Luis Rodríguez Vázquez
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