La Sociedad de San Vicente de Paúl fue fundada el 23 de abril de 1833. Es importante rememorar nuestros orígenes, la hermosa entidad que Ozanam y sus compañeros idearon: una asociación católica laica, sin fines de lucro y dedicada exclusivamente a la santificación personal y a la práctica de la caridad. No hay mayor milagro que congregar a las personas en torno al ideal de reunir a todo el mundo en una gran red de caridad.
Cuando nace un niño, en sus genes están impresas las características genéticas del padre y la madre, y por supuesto, de sus antepasados y de la realidad socio-cultural en el que se inserta. En nuestro caso, la Sociedad de San Vicente de Paúl tiene aspectos de la cultura y la forma de pensar de nuestros fundadores, que impregnaron la nueva entidad con las virtudes de la solidaridad y la humildad. En otras palabras, podemos decir que estas peculiaridades componen el «ADN[1] de la Sociedad».
Y nosotros, que hemos recibido la herencia de Ozanam, tenemos este ADN en nuestro ser y en nuestras acciones. Somos descendientes de los ideales que motivaron, a ese pequeño grupo de estudiantes universitarios franceses, a crear una organización dedicada exclusivamente a Cristo en los pobres. La primera acción, como sabemos, fue ofrecer alivio a una familia parisina en peligro de morir de frío en aquel duro invierno de 1833. Un haz de leña fue la sencilla solución que encontraron nuestros precursores vicentinos.
No podemos negarlo: somos hijos de aquellos visionarios que querían construir, con sencillez y amor, un mundo mejor y menos desigual. Hacemos hoy lo que nuestros antepasados sin duda alguna harían si estuvieran físicamente entre nosotros: denunciar la injusticia, lo que contribuye a la mejora de la política, reduciendo la brecha entre ricos y miserables; y, en definitiva, favorecer el establecimiento de una verdadera comunidad cristiana de fe.
Tener ADN vicenciano significa tener los mismos principios que nuestros fundadores, actuar con aquel mismo espíritu primitivo que estimuló a Ozanam y sus inseparables amigos, y proponer una acción católica más eficaz y centrada en las bases. Ser vicentino es eso: salir de nuestra comodidad y ayudar a quien sufre.
Nuestro ADN no engaña: llevamos en nuestras venas la caridad, en nuestros pulmones la sencillez en la forma de actuar, en nuestra piel el espíritu combativo para promover al pobre y en nuestros huesos el perdón incondicional. Reconocemos que somos indignos instrumentos de la gracia de Dios, pero sabemos perfectamente que nuestro trabajo no es de este mundo. Estamos aquí para construir algo mayor, mucho más grande y mejor. Estamos guardando tesoros en el cielo, y sabemos que la verdadera prosperidad vendrá en la segunda vida que tendremos junto a Dios.
¡Que seamos trasmisores de este ADN vicentino a nuestros hijos y nietos, como lo hizo Ozanam con nosotros, para que su legado viva para siempre!
[1] ADN es la sigla para «ácido desoxirribonucleico», proteína compleja que se encuentra en el núcleo de las células y constituye el principal constituyente del material genético de los seres vivos.
Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la Sociedad de San Vicente de Paúl
Cómo vicenciano es necesario la Fe en valores para el reencuentro con la humanidad y la caridad.