“Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”
Sir 6, 5-17; Sal 118; Mc 10, 1-12.
En el contexto histórico de Jesús, como en otras tantas culturas –como actualmente algunas dolorosas realidades lo presentan– se exigía el sometimiento total de la mujer al varón. El planteamiento llega hasta Él: “¿Puede el hombre repudiar a su esposa?”. La respuesta de Jesús desconcierta. Si tal acto está en la ley, fue debido a la “dureza del corazón” de los varones y el falso pensamiento de superioridad, porque el proyecto original de Dios fue crear al hombre y a la mujer para que fueran “una sola carne”. Los dos están llamados a compartir el amor, la intimidad y la vida entera, con igual dignidad y en comunión total.
Si la primera lectura nos da pistas sobre cómo generar, valorar y conservar a nuestros amigos –para hacerlos invaluables–, recordándonos que “las palabras dulces y un lenguaje amable favorecen las buenas relaciones”, el mensaje de Jesús está dirigido a atacar la “dureza del corazón” que atenta contra la mujer, aunque las leyes de los hombres lo permitan.
Por eso es necesario decir con el salmista: “Señor, guíame por la senda de tu ley”, porque las leyes de los hombres son imperfectas.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: José Luis Rodríguez Vázquez
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