Hebr 10, 1-10; Sal 40, 1-6; Mc 3, 31-35.
Me encanta la mujer que, cuando Jesús estaba enseñando, levantó su voz entre la gente y le dijo: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron” (Lc). Un eco de su alabanza lo rezamos en el Ave María: “Bendito el fruto de tu vientre”.
El pasaje de hoy, de Marcos, nos sitúa en otras circunstancias. Llegaron la madre y los parientes de Jesús, “se quedaron fuera y lo mandaron llamar”, como quien tiene dominio natural sobre él. Pero Jesús no es de su familia de carne y sangre, él está en “las cosas de su Padre”, y su familia es la comunidad de los seguidores. “Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumple la voluntad de
Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Y, entre los hombres, nadie ha cumplido mejor la voluntad de Dios que la Virgen María. Ella fue aprendiendo en la fe y en contacto con Jesús, a ser madre de una manera nueva y única, a pasar de la maternidad física a la maternidad espiritual y a cumplir la voluntad de Dios hasta el final, hasta estar al lado de la cruz de Jesús agonizante.
Jesús “no se avergüenza de llamarnos sus hermanos” (Hbr 2, 11). Y nosotros, llenos de gratitud, queremos esforzarnos por vivir como hermanos suyos, pues en él, somos hijos de Dios.
¡Gracias, Señor, por tanta dignidad que nos das!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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