Hch 22, 3-16; Sal 116; Mc 16, 15-18.
“Yo soy Jesús Nazareno a quien tú persigues”
Hoy celebramos la Conversión de san Pablo y le damos gracias a Dios por ella: nos benefició a todos.
En san Pablo hay muchos Pablos, pero me voy a fijar en uno de ellos, en el testigo de la resurrección de Jesús.
Su conversión cristiana –como toda conversión cristiana– se debió a su encuentro con Jesucristo, aunque en su caso se trató de un encuentro especial y prodigioso. Y, por él, de perseguidor de los cristianos se convirtió en evangelizador incansable. Nos trasmite, en la primera Carta a los Corintios (1 Cor 15, 3-8) el credo de las primeras comunidades de la Iglesia. Y comienza diciéndoles: “les trasmití lo que a mi vez recibí”.
¿Cuándo se lo trasmitió? Al fundar la comunidad de los Corintios, entre el año 50 y el 51, muy cerca del año de la crucifixión de Jesús. El resumen de ese credo (ojalá que puedas leer todo el capítulo 15 de esta Carta) hace referencia a cuatro puntos: 1. Murió por nuestros pecados. 2. Fue sepultado. 3. Resucitó al tercer día. 4. Se apareció a Cefas y a más de quinientos hermanos, la mayoría de los cuales aún vive. Y luego enumera distintas apariciones hasta contar la última, la aparición al mismo Pablo.
Y, a partir de ahí, nada lo detuvo. Ni trabajos, ni viajes, ni persecuciones, ni el martirio. Pablo fue así un testigo especial de que el Crucificado es el Resucitado vivo y viviente. El mismo Jesucristo de tu fe y de la mía.
¿Puedes, puedo, podremos ser testigos como él?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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