Hebr 7, 23-8, 6; sal 39, 7-10; Mc 3, 7-12.
“Una gran muchedumbre…acudió a él”
De Galilea, de Judea, de Idumea, del otro lado del Jordán… y hasta de Tiro y Sidón. De todas partes venían a él, porque habían oído lo que hacía.
Mis males y los de la Iglesia no provienen tanto de los pecados y deficiencias, vienen sobre todo de no mirar a Jesús y estar con él. No necesitamos rebajas de su evangelio; no necesitamos “maestros” que nos halaguen los oídos con discursos o documentos llenos de ambigüedad; no necesitamos enmascarar con “buenismo” de ideologías la radicalidad de Jesús, de su vida, de su muerte y de su resurrección. Necesitamos acudir a él, conocerlo, amarlo, dejarnos curar por él, y compartirlo con los demás.
¿Cuándo ha sido la última vez que alguien te habló de Jesús? ¿Cuándo ha sido la última vez que tú le hablaste a otros –de la familia o fuera de ella– de la persona de Jesús? ¿Por qué la gente que te rodea no acude a Jesús para dejarse curar de rencores, relaciones desabridas, adicciones, o de pesimismos desesperanzados?
Las multitudes acudían a él “porque habían oído hablar de todo lo que hacía”. Si nuestra vida y fe están mudas, los demás padecen las consecuencias. Por ejemplo, si nuestra sociedad estuviera más evangelizada, ¿habría tanta violencia como hay?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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