La bondad de Dios Padre y el mal de los hombres
A pesar de haber creado Dios a los hombres para que sean felices y a pesar de apoyar la felicidad, hay pobreza en la tierra y los pobres no son felices, algo escandaloso que los puede llevar a rebelarse contra Dios o a negar su existencia. Ni la filosofía ni la ciencia encuentran explicación a que un niño de tres años muera atragantado por una uva en Nochevieja, sólo la fe da luz para vislumbrar una solución. Dios ni envía ni quiere la muerte de ese niño ni el sufrimiento de sus padres. El dolor no es nada que se desea sino algo que se acepta cuando viene inevitablemente, pero contra el que siempre hay que luchar.
Jesús no se cansó de repetir que Dios es un Padre repleto de bondad. No sólo aconseja llamarle Padre en la oración del Padrenuestro, sino que él mismo se dirige a Dios como a su Padre. San Juan en su evangelio lo cita continuamente[1], y santa Luisa de Marillac lo escucha en la oración de la última Cena (c. 17). Hay un momento crucial, tremendo, sin embargo, en la vida de Jesús que nos interroga sobre la bondad y el amor de este Padre. Es el momento final de su vida, cuando en el Huerto de los Olivos acude al Padre para que lo libre de la Pasión y aparentemente su Padre no lo escucha.
Hoy como entonces, muchos hombres atacados por el sufrimiento piden a Dios su Padre que los saque de esa aflicción. Pero, humanamente hablando, todo sigue igual; el Padre no viene en su ayuda. ¿Qué Padre es entonces ese Dios? O no es Dios o no es Padre, porque Dios es todopoderoso y los padres son todo amor.
Ante el mal aparece la debilidad de Dios, es impotente para destruir el mal y la pobreza. Dios ha creado el mejor mundo posible, pero si es creado encierra finitud. Ha creado el mejor hombre posible, libre para usar su libertad para el bien y el mal. El llamado pecado original expone la realidad de que el hombre encierra en su misma naturaleza la inclinación al pecado. Dios es solidario con el pobre, tan solidario que asumió la cruz para abolir la pobreza y asocia al hombre a este empeño. Envió a su Hijo a anunciar y dar las directrices para que los hombres pongan en la tierra un Reinado de paz, por medio de la justicia y del amor. Es la misión a la que se comprometen las Hijas de la Caridad. No aportarán solución al problema, porque el sufrimiento es un misterio, pero luchan contra él. La búsqueda de la felicidad para los pobres es el aguijón que lleva a las Hermanas a luchar contra la pobreza y los males con la fuerza del Espíritu Santo.
El dolor existe en el mundo porque todo lo creado es limitado, perecedero e imperfecto. Dios Padre no puede evitarlo, tendría que haber creado otro mundo distinto. Pero cualquier otra creación sería limitada y finita, con otras leyes, pero inmutables para que existiera un mínimo de progreso; sin embargo, este mundo distinto padecería también sus males. O no hay mundo o ese mundo tiene que ser imperfecto y caduco. Sería un absurdo hablar de creación y admitir, al mismo tiempo, que esa creación sea perfecta, pues esa creación sería un Dios. No es que Dios deje de ser todopoderoso, es que voluntariamente ha autolimitado su omnipotencia.
Tampoco Dios puede cambiar, sin más, las leyes de la creación para que no haya males. Si el mundo sigue su curso natural y las leyes físicas son inamovibles, tiene que haber inundaciones, incendios, catástrofes naturales, enfermedades y, al final, la muerte. Dios Padre “no puede evitarlo”, pues, en cuanto creador, ha quedado implicado en la creación. Como creador sostiene las leyes que rigen la creación y sostenerlas y anularlas encierra un contrasentido. Ya “no podrá interrumpir la dinámica que ha introducido en la creación ni interferir en los procesos que en ella ha desencadenado, so pena de abdicar de su condición de creador” (Armendariz).
Tampoco Dios Padre puede impedir a los hombres cometer el mal. Si el hombre es libre, puede usar la libertad para hacer el bien o para dañar a su prójimo. La libertad humana, guiada por una inteligencia finita y limitada y ejercida por una voluntad imperfecta y débil, supone que los hombres no ven con claridad el bien o no tienen fuerza para hacerlo. Los hombres pueden obrar el bien y el mal, y Dios “no puede” privarles de la libertad; habría convertido al hombre en un animal irracional. Eso no escandaliza, lo que hiere es que, cuando se invoca a Dios Padre todopoderoso en una necesidad concreta, no se compadezca de su hijo sufriente, y su Espíritu Santo dentro del malvado no le mueva de una manera sobrehumana a dejar de hacer daño. ¿Hay compasión, hay misericordia, hay amor en ese Padre ante el dolor de su hijo?
Si el hombre no puede librarse de los males de este mundo ni con la oración ¿vale la pena haber creado este mundo? A pesar de infinidad de humanos que viven envueltos en la miseria o rumiando el sufrimiento, y muchísimos de ellos, desde su nacimiento, la respuesta es que, si Dios lo ha creado, sí vale la pena, y puesto que Dios no necesita nada, ni el mundo lo engrandece o le añade beneficios, se sigue que lo ha creado por amor a los hombres, porque la existencia tiene valores incuestionables en sí misma y la vida del hombre encierra ya en esta tierra la semilla de la felicidad eterna. Muchas veces repitió santa Luisa de Marillac que el hombre ha sido creado para unirse con Dios y alcanzar la felicidad suprema. Esa felicidad imperecedera bien vale la existencia del hombre en este mundo, aunque existan los sufrimientos y el mal. No sólo como un signo, también como una realidad, la muerte de Jesús en la cruz ha vencido al mal y a la muerte. Cristo está a nuestro lado en la lucha contra los males y nos indica la manera de combatirlos[2].
Quitar la aflicción del mundo, es imposible aún para Dios, pero sí puede quitar un sufrimiento concreto a una persona determinada, a no ser que neguemos los milagros de Jesús y suprimamos todas las peticiones de la liturgia y las oraciones de intercesión. ¿Por qué Dios no escucha cuando se le pide como a un padre que libre de este sufrimiento, no de todos los sufrimientos? Dios es todopoderoso, de lo contrario no sería Dios, y es también Padre lleno de amor, y escandaliza que en una necesidad concreta no venga en ayuda del hombre, del hijo que invoca al Padre que tiene poder para ayudarlo. Eso no sucede ni entre los padres humanos. ¿Qué Padre Dios es ese?
Las peticiones, en los casos en que no se realiza sus deseos, también encuentran respuesta de parte del Padre común. Unas veces es el consuelo, otras el Espíritu de Dios iluminará para comprender las desgracias y no desesperar o para encontrar caminos de solución, y animará la voluntad para superar o sobrellevar el mal. El Espíritu Santo actúa, sin romper la libertad, en la mente y en la voluntad, en bien de los hombres.
Dios respeta y convive con las leyes naturales del universo y aprueba la libertad humana. Dios no es un juguete o una marioneta manejada por los caprichos o intereses de los hombres ni es un mecanismo que responde forzosamente al botón que presione cada hombre según las circunstancias. No se puede hacer del hombre un dios y a Dios un criado o un instrumento eficaz del hombre dios.
La Sagrada Escritura cuenta las desgracias, derrotas, cautiverio, catástrofes del pueblo elegido por Dios y que éste no atajó. También Jesús habla de gente inocente aplastada por el derrumbamiento de la Torre de Siloé y de unos galileos mandados matar por Pilatos y su sangre mezclada con la de las víctimas del sacrificio. Más tarde anunciará el cerco de Jerusalén y la destrucción del Templo. Pero también habla de intervenciones divinas, signos o milagros en favor de toda clase de personas, aunque se interpreten de una manera más acorde con los descubrimientos exegéticos modernos. En un momento en que presenta a los discípulos el programa de vida cristiana, afirma: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!” (Mt 7, 7-11). San Lucas dice: ¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!” (Lc 11, 13). Y en otro momento trascendental, la víspera de morir, Jesús dice a los apóstoles: “lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis” (Jn 16, 24).
La fe de cada persona
Dios concede todo lo que se le pide, pero Jesús pone una condición, exige la fe. Sin fe nada, con fe todo, según el evangelio de san Mateo. Al centurión: “Anda que te suceda como has creído” (Mt 8, 13), en la tempestad calmada: “Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe” (8, 26). “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico” (9, 2). A la hemorroisa: “Animo, hija, tu fe te ha salvado” (9, 22). A los dos ciegos: “¿Creéis que puedo hacer esto?” (9, 28). En Nazaret: “Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe” (13, 58). A Pedro hundiéndose en el lago: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (14, 31). A la cananea: “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas” (15, 28). Mientras sucedía la Transfiguración, los discípulos no pudieron curar al epiléptico y Jesús les señala la causa: “Por vuestra poca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: ‘Desplázate de aquí a allá’, y se desplazará, y nada os será imposible” (16, 21). A pesar de que los tiempos actuales sean reacios a reconocer elementos sobrenaturales en los asuntos naturales y a pesar de las explicaciones modernas, no se puede rechazar una intervención sobrenatural.
Dios Padre ha entregado a los hombres la tierra, como una herencia, para que la cultive, la conserve y la engrandezca. El hombre sí está capacitado para enderezar, corregir o controlar las leyes naturales en bien de la humanidad. Al hombre no sólo se le permite anular los efectos desastrosos de la naturaleza, sino que tiene obligación de trabajar en suprimir los sufrimientos de los hombres con descubrimientos que aporten bienestar y felicidad a la humanidad.
Jesús vino al mundo a traer a los hombres la salvación definitiva en la eternidad y la temporal en la tierra. El cristianismo no es una religión únicamente para alcanzar la felicidad en la gloria, también lo es para vivir dichosos en la tierra. Jesús ha indicado el camino y el modo de lograrlo por el Espíritu Santo que mora en el hombre y actúa a través de los hombres. Los brazos del Espíritu son los brazos de los hombres en los que reside. Infinidad de veces el hombre no puede destruir una situación dolorosa y tiene que acudir al poder de Dios. El Padre ha enviado la Tercera Persona de la Trinidad para que le ayude, si tiene fe. Es el hombre de fe el que puede quitar este dolor. Si tiene fe, posee capacidad de hacer el milagro en cada ocasión. “Tanto pudo la fe de las hermanas [de Lázaro] que sacó al muerto de las fauces del sepulcro” (S. Cirilo de Jerusalén).
La fe no podrá nunca destruir el mal general ni el sufrimiento universal ni tiene capacidad para detener el caminar del tiempo hacia la vejez, el debilitamiento y la muerte; y es impotente para cambiar el curso intrínseco de la naturaleza, pues el hombre se convertiría en el dios rival del verdadero Dios. No sería Dios sería el superdios de un universo inexistente; los huracanes, incendios, terremotos cumplen sus leyes y siguen su curso natural. No se trata de pedir lo imposible, se trata del poder de la fe en un caso individual, como una enfermedad o una situación embarazosa. Tampoco Dios Padre ni quiere ni puede anular la libertad del malvado, pero el Espíritu Santo sí puede actuar en su alma para que se convierta, haga el bien y no dañe a otros. La última palabra, sin embargo, está en la libertad del hombre, sea bueno o malo.
Decir que Dios ha escuchado nuestras plegarias, quiere decir que ha sido la fe del hombre. Estrictamente ha sido Dios, pero obligado por la fe del hombre. Así lo enseñó Jesucristo. Viene a ser una nueva ley de la creación elevada a lo sobrenatural.
Lo difícil es tener esa fe capaz de mover las montañas. Una fe que no sólo convence de la posibilidad, sino que siente la certeza de suprimir el sufrimiento en esta ocasión. Estos dos aspectos de la fe fueron examinados por san Cirilo de Jerusalén en el siglo IV: “Aunque la fe por el nombre es una sola, en realidad es de dos clases. Un género de fe es aquel que pertenece a los dogmas, que es la iluminación y aceptación del alma acerca de una verdad… Otro género de fe es aquella que Cristo concede en lugar de algunas gracias… Mas esta fe que se da en lugar de algunas gracias, no sólo es una fe dogmática sino también una fe capaz de hacer cosas que exceden las fuerzas humanas. Pues el que tuviese una fe semejante podría decir a este monte: “vete de aquí al otro lado, y se iría”. Y el que guiado por esta fe dijese eso mismo, confiado en que se hará y sin dudar, entonces recibe, como una gracia, esta clase de fe… El alma se representa a Dios y, en la medida de lo posible, iluminada por la fe, mira a Dios cara a cara… Adquiere, pues, aquella fe que depende de ti y te lleva hasta el Señor para que él te dé esta otra que tiene poder sobre todas las fuerzas humanas” (Catequesis quinta, n. 10-11)
Santa Luisa de Marillac cuenta cómo vivió esta fe, acaso sin comprenderla. Tenía 39 años. Era el día en que Dios quería desposarse con ella. Escogida para los pobres, Dios quería celebrar el desposorio entre los pobres, y la mandó viajar hasta ellos. Pero ella se sentía enferma y débil, y anota en un diario: “En la santa comunión de ese día me sentí presionada para hacer un acto de fe, y este sentimiento me duró mucho tiempo, pareciéndome que Dios me daría la salud, con tal de que yo creyese que él podía, contra toda apariencia, darme fuerza, y que él lo haría, acordándome a menudo de la fe que hizo caminar a san Pedro sobre las aguas” (E 16).
La fe llega a su plenitud cuando está animada por la caridad. Es el mensaje que dejó Jesús con su muerte. El amor a la humanidad le impedía librarse de la muerte. Podía haberse librado y hasta manifestó su deseo, pero sometido a la voluntad del Padre. Su muerte estaba unida a la resurrección suya y de la humanidad.
Así desaparece la espina clavada de los cristianos porque Dios Padre permite el sufrimiento hasta de niños y de seres inocentes. Algunos, aún incrédulos, admiten esta realidad, dándole una explicación psicológica. Así escribe Marina Mayoral: “Lo que se ha comprobado es que la creencia ejerce un influjo real sobre el organismo. No se trata de que uno se encuentre mejor sino de que la enfermedad se cura si creemos en la eficacia del medicamento… o en el poder de alguien para curar. Esto vendría a ser una explicación laica de las curaciones religiosas”.
La oración de petición es una súplica humilde a Dios Padre que envía al Espíritu Santo para que sus gracias iluminen la mente y fortalezca el corazón de los hombres. Esa es la misión que tiene en la tierra. Santa Luisa lo expone con detalle: “Las almas verdaderamente pobres y deseosas de servir a Dios deben tener una gran confianza en que al venir a ellas el Espíritu Santo y no encontrar nada de resistencia, las pondrá en la disposición conveniente para hacer la santísima voluntad de Dios que debe ser su único deseo… Y sin duda alguna, al venir el Espíritu Santo a las almas así dispuestas, el ardor de su amor, consumiendo los impedimentos a las operaciones divinas, establecerá en ellas la ley de la santa caridad y dará fuerza para obrar por encima del poder humano, tanto cuanto estas almas permanezcan en la desnudez que se ha dicho” (E 87)
Benito Martínez, C.M.
Notas:
[1] Al expulsar a los mercaderes del Templo (2, 16), diálogo con la samaritana (4, 21.23), curación del enfermo en la piscina Betesda (c. 5), discurso en la sinagoga de Cafarnaúm (6, 27s), etc.
[2] Benito MARTINEZ BETANZOS, Ejercicios con Santa Luisa de Marillac. El Espíritu Santo, CEME, Salamanca 1998, p. 83-98.
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