I Jn 2, 3-11; Salmo 95; Lc 2, 22-35.
“Y a ti, mujer, una espada te atravesará el alma”
Presentación del niño en el templo. ¿Misterio gozoso? ¿Misterio doloroso? Quedémonos con“misterio agridulce”. Oír decir alabanzas de un hijo hincha el corazón de una madre; oír anunciar riesgos y peligros, lo encoge.
No es un futuro sacado del horóscopo el que se augura al hijo de María; es la voz de la profecía: Este niño ha sido enviado como luz para las naciones. Pero también es un niño que concitará los sentimientos más opuestos: un amor incondicional y el odio más refinado.
Va a partir el mundo en dos: los que están de su parte y los que están contra él. Ya no va a existir la franja ambigua intermedia que convenientemente llamamos “tierra de nadie”; ni va a ser posible declararse neutral en este choque frontal entre el bien y el mal. San Juan (1ª lect.) insiste en la existencia de dos únicos bandos irreconciliables: luz~oscuridad, verdad~mentira. Pretender neutralidad es un autoengaño; indefinición es complicidad. Ante esa “bandera” solo hay dos maneras de posicionarse. Y en la escena final, solo hay ovejas y cabritos.
Cuenta Fray Diego Durán que, cuando reprendió a un joven cristiano indígena por su conducta incoherente, éste le respondió: “Padre, todavía estamos nepantla”, ‘en medio’, en el sentido de indecisos, como “nadando entre dos aguas”, entre la fe cristiana y las prácticas idolátricas.
¿Pretenderemos nosotros seguir estando nepantla?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Miguel Blázquez Avis, CM
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