La palabra «autoridad» proviene del verbo latino «augere», que literalmente significa aumentar, añadir, hacer crecer, dar vigor, robustecer, sostener, elevar, levantar al otro, ponerlo de pie, empujarlo hacia adelante. Es la cualidad, la virtud y la fuerza que sirven para apoyar, para alentar, para ayudar a las personas a ser ellas mismas, para hacerlas crecer, desarrollando sus propias potencialidades. «Autoridad» significa recuperar la autoría, devolver la autonomía al que está impedido de optar y de hacer su camino. En ese sentido, la autoridad nunca es peligrosa para la persona, jamás es imposición o atentado contra su legítima autonomía o libertad. La autoridad es esencialmente amor.

El ejercicio de la autoridad debe ser medido por la palabra y obra de Jesucristo. Y no puede ser de otra manera, ya que, si el origen de la autoridad en la Iglesia es divino, también debería ser «divino» el modo de ejercerla. Si toda autoridad proviene de Cristo, debería ser ejercida a la manera como Cristo la ejerció, y eso vale tanto para aquellos que tienen una autoridad instituida como para aquellos que, debido a sus cualidades y carismas, ejercen de hecho autoridad de servicio en las comunidades cristianas.

Es difícil ejercer la autoridad sin autoritarismo, sin caer en la tentación del despotismo o de manipular vidas y conciencias. La autoridad tiene que venir de dentro, de convicciones purificadas por el sentido del bien común.

Hoy, en la Sociedad de San Vicente de Paúl, un gran desafío es ser presidente de una Unidad Vicentina ante algunos problemas que enfrentamos en las relaciones interpersonales de nuestros cohermanos. El presidente de una Unidad Vicentina debe ser una persona apasionada por Dios y por el Reino; en su Unidad debe ser no sólo el primero en amar, sino el gran incentivo de los demás, favoreciendo, de todas las maneras y medios, la adhesión apasionada de los compañeros a Jesús y su causa. Su primera misión no es con la Conferencia, el Consejo o la Obra Unida, sino con las personas a él confiadas. De nada sirve ser un excelente obrero, eximio administrador y burócrata si su Unidad Vicentina está desprovista de referente evangélico, de testimonio impulsor; si no tiene en ella alguien que dé pruebas de que vale la pena la dedicación a la causa y el esfuerzo por el apostolado; alguien que, a pesar de sus limitaciones, tiene claridad en cuanto a su misión y busca un auténtico compromiso vicentino.

El líder vicentino no está por encima de los demás, de sus compañeros, como en una pirámide. Tampoco está en el centro (modelo circular), relegando a los demás a la periferia de una Unidad Vicentina. Esta presunción termina cuando un presidente se coloca al lado, uno con los suyos, en la gran fraternidad de Hijos de Dios, que optan por una vida o misión común.

Padre Alexandre Nahass Franco (Congregación de la Misión-CM)
Fuente: http://www.ssvpbrasil.org.br/

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