I Sam 1, 24-28; Salmo I Sam. 2; Lc 1, 46-56.
“O Rex gentium: ¡Oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos!”
Escribe San Beda, quien pone estas palabras en boca de María: “El Señor me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo, y por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi Salvador”.
María es una mujer llena de gozo y su Canto rebosa optimismo. Dios ha cuidado de Israel, su siervo, pero su misericordia no se ha agotado. María da fe de ello: El Señor ha hecho obras grandes en ella porque ha visto la pequeñez de su sierva.
Dios que llena el vacío del corazón cuando éste se vacía de todo lo terreno, ha encontrado en María una capacidad inigualable. Y la ha amado personal y preferentemente. Cuanto hay en María es enteramente obra de Dios.
El Canto del Magníficat es un canto a la fe y la humildad, a la esperanza y la alegría.
¿Soy humilde y agradecido a Dios por los dones recibidos o soy de los que dicen: No le debo nada a nadie?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Miguel Blázquez Avis, CM
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