Is 40, 1-11; Salmo 95; Mt 18, 12-24.
“Como un pastor, reúne los corderos y los lleva sobre el pecho”
«No soy monedita de oro”, solemos decir para expresar que no vamos a ser objeto de aprecio para todo el mundo. Bueno, ni el mismo Cristo lo fue. Ya lo anunció el anciano profeta Simeón: Ese niño de María sería signo de contradicción, bandera discutida.
Cristo suscitaba en sus oyentes las reacciones más opuestas, ya fuera por sus gestos, por sus milagros o por sus palabras.
Aunque no se nos dice, no es difícil imaginar los sentimientos ocultos que suscitarían parábolas como la del hijo pródigo y ésta de la oveja perdida.
Nosotros, los pecadores de hoy, leemos esta parábola con emoción. Pensamos que no todo está perdido para nosotros. Los “puros” siempre encontrarán en ellas motivos de escándalo, porque Jesús parece encontrarse demasiado a gusto con gente de mala vida.
Oveja perdida. Perderse es alejarse de Dios; pretender uno hacer la guerra (contra el mal) por su cuenta; buscar la plenitud humana al margen de Dios. Es también orillar a Dios en una pretendida vida cristiana.
Frente a estas situaciones de “huida”, se alza impresionante la misericordia de Dios como búsqueda y perdón.
Búsqueda, salida, es el reto de la Iglesia en nuestro tiempo, que el papa Francisco ha hecho suyo. Urge una Iglesia generosa y audaz, que propicie el encuentro, la alegría y el banquete.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Miguel Blázquez Avis, CM
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