La interpretación del Reino

por | Dic 8, 2018 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

La interpretación del Reino (Mc 12, 44-48)

Profesarme como cristiano es profesar un deseo, y ese deseo es seguir tras el Señor Jesucristo. Pero quizás ese «seguir tras» no llega al meollo de la cuestión. Es más preciso decir «ponerse en sus zapatos», de modo que empiezo a mirar al mundo de la misma manera en que Jesús lo hace, a captar los significados que descubre mientras mira la vida.

Un claro ejemplo de que Jesús captó un significado cierto es lo que ocurre en la historia del Evangelio de la viuda que, aún golpeada por la pobreza, se acerca hasta la caja de colectas del Templo y deja caer en ella su último centavo. Muchas cosas están sucediendo allí, los discípulos y muchos otros de pie, conversando, aportando dinero y joyas, pasando el día, toda una suerte de actividades. ¿Cómo “leen” las diferentes personas lo que está pasando allí? ¿Cómo interpretan la escena?

La interpretación, como usted ya pudiera saber, es una percepción en linea con lo que se destaca para el perceptor. Así que una persona aficionada a la moda, se fijaría en la ropa que llevan los donantes. Una persona celosa de cualquier otra que tenga más que él, ve a personas ricas que se hacen ver. Los individuos toman la escena de acuerdo con lo más importante en sus mentes, como si cada uno tuviera una lente diferente, a través de la cual estuvieran mirando. En otras palabras, no es solo lo que ven, sino lo que está dentro de ellos lo que les permite ver lo que ven. Lo que alguien nota es muy revelador de lo que sucede en el interior de esa persona.

¿Qué ve Jesús en aquel templo lleno de gente? De todas las posibilidades, él cae en la cuenta de esta anciana viuda, en un lado, arrastrando los pies hacia la canasta y dejando caer sus dos centavos. Y él se adapta no solo a lo que está haciendo, sino a cómo y por qué lo está haciendo. Casi invisible para todos los que están allí, ella se ilumina en la pantalla de Jesús.

Y eso se debe a lo que sucede dentro de él, a este inmenso telón de fondo en el que lo ve todo: la compasión envolvente de su amado Padre, esta expansión de bondad y amor que Jesús llama el Reino de Dios. Mirando a través de esta lente, observa los comportamientos y las actitudes que se sincronizan con lo que cada ser es en ese Reino, ese mundo de abundante misericordia y preocupación por el otro. A diferencia de todos los demás en la habitación, su postura interior le permite detectar lo desinteresado y generoso que ella está haciendo. Se está moviendo desde una «perspectiva del Reino», que privilegia a los puros de corazón, a los pacificadores, a los que tienen sed de justicia, y a todos esos otros rasgos de beatitud. Lo que se resalta para Jesús son justamente estas cualidades cuando interpreta la escena a través de la lente de lo que cuenta en el mundo acerca de su Padre.

Llegamos a un lugar (una iglesia) y una actividad (la Última Cena del Señor) que están diseñadas para abrir esa lente del Reino. Estas y toda nuestra tradición vicenciana son fondos vívidos contra los cuales miraríamos nuestro mundo. Nos piden que miremos nuevamente la vida y una vez más evaluemos lo que cuenta y lo que no. Nos convocan a recalibrar lo que es importante y lo que es menos importante. Nos desafían a reevaluar qué actitudes y acciones son lo primero que llama nuestra atención.

Toda nuestra adoración, oración y nuestras prácticas vicentinas están destinadas a llevarnos dentro y detrás de los ojos de Jesús, para guiarnos hacia su forma de percibir. Nos permitirían “ponernos en sus zapatos” y ver el mundo desde esa posición. Seguir al Señor Jesús significa más que hacer lo que él hace. Significa llegar a ver lo que Él ve, desarrollar nuestra capacidad para reaccionar con sus reacciones y captar los significados de su querido Padre, que él descubre en todos los rincones de la vida.

Solo por ser quein es, Jesús se enfoca en la viuda, pobre pero muy generosa. Debido a quiénes somos llamados a seguir en nuestra fe, debido a ejemplos como los de Vicente, Luisa y Federico, y especialmente porque nos invitan continuamente a compartir la cena eucarística del Señor, cada vez somos más capaces de detectar y hacer la misión del Padre, no solo como lo es en el cielo, sino —en las palabras del Padre Nuestro— aquí en esta tierra.

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