Gen 3, 9-15.20; Salmo 97; Ef 1, 3-6.11-12.
“Él nos eligió antes de crear el mundo”
“Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos. Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien”. Y Jesús se llenó de gozo. Justamente esto se cumplió, más que en muchos otros misterios, en el misterio de la Inmaculada Concepción de María. Hoy la Iglesia proclama que María, desde el primer instante de su concepción, fue preservada del pecado original, con el que todos nacemos.
Privilegio personal y exclusivo, concedido a María en previsión de que Dios la había elegido “desde antes de crear el mundo”, para ser Madre de Cristo, el Salvador. Siglos antes de que los teólogos descifraran este misterio de la vida de María, ya el pueblo llano celebraba gozoso este privilegio que ellos le regateaban.
La misma Virgen tuvo que venir a darles un cariñoso empujón para sacarles de su autosuficiencia profesional.
Cuando la Virgen se apareció a Santa Catalina Labouré, dejó grabadas perennemente en su Medalla estas palabras: “¡Oh María, sin pecado concebida…!”. Era el año 1830.
Dieciocho años después, 1848, la misma Virgen María se identificó en Lourdes a Santa Bernardita: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
Fue hasta 1854 que el Papa Pío IX proclamó solemnemente, para toda la Iglesia, el dogma de la Inmaculada Concepción.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Miguel Blázquez Avis, CM
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