Is 2, 1-5; Salmo 121; Mt 8, 5-11.
“Señor, no soy digno de que entres en mi casa”
Si los creyentes escucháramos con atención a Jesús en el Evangelio, nos daríamos cuenta de que en más de una ocasión nos deja a la intemperie y bastante descolocados. Imagínate que alguien dijera: “nadie tiene más fe que yo”.
De seguro que los judíos, si no lo decían, lo pensaban, al igual que muchos cristianos.
Por eso el dicho de Jesús les debió caer como cubeta de agua fría. Su fe, les dice Jesús, palidece frente a la de un soldado romano.
La Navidad, como una fecha del calendario, nos llega inexorablemente cada año. Y la celebramos con toda la superficialidad y rutina de que somos capaces, que no es poca.
Pero cuando la Navidad se contempla como misterio, se te vienen a la mente las palabras del centurión: “Señor, no somos dignos de que vengas a nuestra pobre casa” ¿No hubiera sido suficiente una sola palabra tuya, tu Palabra, para sanarnos? Así, su Palabra, pero sin hacerse hombre, sin entrar en nuestra ruinosa morada y tomar nuestra enfermiza naturaleza.
Y Dios pasó por encima de todas nuestras reservas y objeciones y dijo: “Voy a curarlos”.
La fe y el amor se nos dan, se viven, no se presumen.
En verdad necesitamos un Salvador. ¡Ven Señor!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Miguel Blázquez Avis, CM
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