“Estén en vela, pues, orando en todo tiempo”
Ap 22, 1-7; Salmo 95, 1-7; Lc 21, 34-36.
Todos hemos visto los desastrosos resultados de un derrame de petróleo en el mar: el chapopote que alcanza el litoral contaminando todo a su paso. Y allí, en medio de tanta desolación, un ave, ennegrecida, aleteando desesperadamente tratando de remontar el vuelo en un esfuerzo inútil. No lo conseguirá. Sus alas, su cuerpo entero está impedido, pegado al suelo por eso peso viscoso.
El hombre está creado para remontar el vuelo y alzarse por encima de las cosas materiales. Bien lo expresa S. Agustín: “Me hiciste, Señor, para ti, y mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.
Hoy concluimos el Año Litúrgico con esta advertencia de Jesús. ¿Qué se nos ha pegado por el camino que pueda impedirnos disfrutar la ligereza del espíritu? ¿Qué hace pesado nuestro corazón? Puede que no sea tan grave como el libertinaje o la embriaguez, pero ¿qué tal “las preocupaciones de la vida”?
Jesús recomienda la vigilancia, la actitud orante del que sabe que la fuerza le viene del Señor, la actitud de hijos que pueden presentarse erguidos ante su Padre, habiéndose sacudido todo el lastre que se les ha pegado en el camino.
Que podamos decir con el Salmista: Nuestra vida se escapó como un pájaro de la trampa de los cazadores (Salmo 123).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Miguel Blázquez Avis, CM
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