Ap 14, 1-3. 4-5; Sal 23; Lc 21, 1-4.
“Ven Espíritu Santo, Padre de los pobres”
A los fariseos del tiempo de Jesús, como a muchos de nosotros, lo que les importaba era su prestigio y apoderarse de los bienes de los pobres. “Es tan ruin la vanidad”, dice el escritor Chamfort. La palabra vanidad significa vano, hueco, vacío.
Jesús conoce nuestro corazón y sabe cuando estamos vacíos o cuando estamos depositando toda nuestra vida al servicio del Reino de Dios; aunque terminemos sin nada –deshechos y cansados–, pero confiando humildemente en que Dios saldrá en nuestra ayuda.
Las dos moneditas que entregamos en el arca del tesoro de Dios, son el servicio y la caridad hacia los pobres.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios” (CEC 2447).
Cristo nos llama a ser testigos incansables y generosos, desgastándonos en nuestra donación a los demás. Salgamos de nuestros hogares para mirar las necesidades de los otros y ofrecerles nuestra ayuda de hermanos: “Dichosos los limpios de corazón (Sal 23).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Arturo García Fonseca, CM
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