11 Cor 3, 9b-11.16-17; Sal 45; Jn 2, 13-22.
“Ven Espíritu Santo y hazme templo de tu amor”
Hemos condenado la pureza a vivir en un basural;
un imperio viola la inocencia, la sume a la oscuridad.
Ideas manipuladas, verdades contadas a medias.
Un corazón que endurece; su fuego se apaga y perece.
Atrás queda la tristeza, el mal llega a su final.
Un nuevo sol que comienza, se acaba la oscuridad.
La fe no es cuento de hadas, es como semilla plantada.
Dios es el agua y ella florece, en Él todo permanece.
Señor, hazme tuyo, santo, limpio, puro, donde tú puedas morar.
Señor, ven, inúndame, renuévame, quémame, abrásame en el fuego de tu amor.
Hazme templo, Señor.
Quiero entrar en tu casa, orar en mi cuarto. Sentir tu presencia, estás a mi lado.
Desciende a mi abismo, levántame hoy mismo. Tómame y resucítame.
Regresa mi vista a ver tus maravillas, enciende mi vida;
sé tú el que brillas.
Ya no seré el mismo, caminar contigo;
siervo y testigo de tu luz”
(Canción Templo. Autor Johann Álvarez)
“Un río alegra la Ciudad de Dios” (Sal 45).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Arturo García Fonseca, CM
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