Jer 31, 7-9; Sal 125; Heb 5, 1-6; Mc 10, 46-52.
“¿Qué quieres que haga por ti? ¡Señor, que vea!”
Nos encontramos ante una lección perfecta de cómo orar. Primero hay que pedir con insistencia, con fuerza, que Dios venga a socorrernos. Y hacerlo con la actitud del mendigo ciego: con humildad. Entonces, cuando Dios encuentra un alma bien dispuesta, se rinde, le llama y le hace la gran pregunta:
¿Qué quieres que te haga?
Hoy podemos preguntarnos: ¿Qué quiero que Dios me haga? ¿Cuál es el gran deseo que arde en mi corazón? El ciego supo pedir lo que necesitaba, y para acudir a ese encuentro salvador no le importó dejar su manto, su miserable manto, porque así, desprendido de todo, alcanzaría la gracia que más anhelaba en su corazón.
San Vicente habla en diversas ocasiones de esa otra ceguera, la ceguera espiritual: “Tenemos que entregarnos enteramente a Dios y pedirle la gracia de conocernos a nosotros mismos. Porque, cuando queremos elevarnos demasiado, cuando buscamos nuestras propias satisfacciones, la ceguera de nuestro amor propio es la que nos oculta este conocimiento, que nos impide ver que todo lo bueno que en nosotros se aprecia, no es de nosotros.” (IX, 174).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Adrián Acosta López, CM
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