Sobre la escucha

por | Oct 26, 2018 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

“Sobre la escucha” (Lucas 11, 16, 29-31)

Uno de los cumplidos más gratificantes es que te digan que escuchas bien. Transmite la sensación de otra persona de que algo de su ser interior se ha comunicado, que no solo se han grabado en ti las palabras, sino también las resonancias más profundas de esas palabras. Los hábitos de escucha superficial son muchos e incluyen cosas como reclamar la experiencia del otro («Eso también me pasó a mí y sé todo sobre el asunto»), no sintonizar con los sentimientos tras la voz de la persona, concluir que ya lo ha escuchado todo antes, estar mentalmente en otra parte, y así sucesivamente. Una escucha más completa requiere práctica, disciplina, apertura y una buena disposición para abandonar las ideas preconcebidas.

En el evangelio de Lucas, especialmente, Jesús elogia la escucha y critica su opuesto. Los fariseos ha ido a él buscado una «señal», una revelación clara del poder de Dios. Y Jesús les responde mostrándoles su sordera a los mensajes de Dios que resuenan en sus oídos en ese mismo momento. Cita a Jonás, cuya predicación en las calles de Nínive cautivó a los corazones de los ciudadanos de corazón duro de esa ciudad. Les señala a aquella reina extranjera que, cuando entró en la corte de Salomón, abandonó sus certezas y se dejó conmover por la gracia de su sabiduría. Pero ahora, esta persona llena de Dios en medio de ellos, el mismo Jesús, les habla directamente de la Palabra de Dios, y esta Palabra les rebota. ¿Cómo es que las personas tan cercanas a la presencia humana de Dios pueden pasar por alto la fuerza de sus palabras y acciones?

Es una pregunta válida para cualquiera que siga de cerca al Señor Jesús. ¿Qué preocupaciones acallan nuestra escucha de las palabras que pronuncia, de la Palabara, que es Él mismo?

Hay lo que podríamos llamar demasiada familiaridad. Debido a que hemos escuchado estas historias del evangelio en innumerables ocasiones, es una tentación pensar que hay poca novedad en ellas. Pero, como portadores de la palabra ilimitada de Dios, tienen una profundidad y un alcance que siempre se extienden más allá de nuestra plena comprensión. Las nuevas situaciones en la vida de una persona pueden desvelar nuevos significados de estos textos. Las nuevas condiciones en la sociedad pueden desbloquear significados previamente perdidos. Envejecer hace que un oyente escuche estas proclamaciones de esta forma diferente en la vida. Escuchadas con cuidado, las palabras del Evangelio pueden quitar los filtros de familiaridad que se pegan a ellas.

Otro aspecto es la preparación insuficiente: no prepararse. Ha sido una práctica cristiana muy antigua hacer cosas como: atenuar la velocidad de la respiración, ponerse en presencia de Dios, expresar agradecimiento, pedir apertura al Espíritu, visualizar la escena del Evangelio, etc. La escucha sincera requiere un cambio de conciencia, un movimiento lejos de lo que está atrayendo mi atención inmediata para sintonizar con lo que se está diciendo. El ritmo agitado e hiperconectado de la vida moderna eleva la apuesta aquí. El no disminuir la velocidad antes de acercarse a la Palabra de Dios, la mayoría de las veces atenúa su impacto y amortigua su sonido salvador.

Un tercer aspecto es tener una expectativa demasiado estrecha de donde se habla la Palabra. Seguro que ese mensaje de salvación viene en las Escrituras y a través de los sacramentos y la lectura religiosa. Pero como la presencia del Creador, se muestra en muchos lugares más. Vicente, por ejemplo, podía leer el mensaje de Dios en los corazones de los desamparados de su tiempo. Tomás de Aquino pudo descifrarlo en los escritos de personas ajenas al cristianismo. Teresa de Ávila captó sus exigencias en su labor organizativa y estabilizadora. El papa Francisco lo detecta no solo en la riqueza de la naturaleza sino también en las salas de emergencia de este mundo. La Palabra de Dios juega en diez mil lugares, dice el poeta, y el esfuerzo por escuchar con una atención más amplia es la llamada que Jesús lanza a través de su ministerio.

Son esas dos personas angustiadas que caminan por el camino de Emaús quienes ponen cara a la lección de Lucas. Tentados a «saberlo todo» incluso antes de que el Extrajero comience a explicarlo, se contienen y esfuerzan en mantener sus oídos abiertos a lo que él dice. Haciendo eso, pronto están abriendo sus corazones a quien Él es.

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