Ef 1, 11-14; Sal 32; Lc 12, 1-7.
“No hay nada oculto que no llegue a saberse”
Cuando se nos estropea algo en casa nos inquietamos y hacemos todo lo posible para buscar una solución y, si nosotros no podemos, llamamos al técnico para que lo arregle, pagamos una cantidad de dinero, y listo. O hacemos planes para comprar nuevo aquello que se estropeó. Sin embargo, todas estas cosas no merecen el cuidado que precisa nuestra vida, porque si dejamos de funcionar, ¿quién nos arregla? Los médicos pueden lograr curaciones asombrosas, pero ninguno sabe resucitar a un muerto. Cristo nos advierte que debemos temer al pecado, porque ése sí que nos puede llevar adonde no queremos.
Muchos santos contemplaban con frecuencia la realidad de la muerte y se preguntaban: ¿cómo quisiera vivir yo este día si supiera que es el último día de mi vida? Mientras vivimos, tenemos esperanzas de salvar nuestra alma; estamos aún en el tiempo para merecer las gracias que obtuvo para nosotros Jesús, en su pasión, muerte y resurrección. Por eso, siempre hay una oportunidad para rehacer la vida, para levantarse de la caída, pedir perdón en el sacramento y seguir adelante pensando en el final, en el encuentro definitivo con Dios.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Adrián Acosta López, CM
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