Gen 2, 18-24; Sal 127; Heb 2, 8-11; Mc 10, 2-16.
“Y serán los dos una sola carne.”
En la familia todo está entrelazado: cuando su alma está herida en algún punto, la infección contagia a todos. Y cuando un hombre y una mujer que se han comprometido a ser “una sola carne” y a formar una familia, piensan obsesivamente en las propias exigencias de libertad y de gratificación, esta distorsión afecta profundamente el corazón y la vida de los hijos. Tantas veces los niños se esconden para llorar solos…
Debemos entender bien esto: marido y mujer son una sola carne. Pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos en la dureza con la que Jesús advierte a los adultos sobre no escandalizar a los pequeños, podemos comprender mejor también su palabra sobre la grave responsabilidad de custodiar la unión conyugal que da inicio a la familia humana. Cuando el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos. (Catequesis de S.S. Francisco, 24 de junio de 2015).
¡Señor, que los esposos cristianos sigan dando el maravilloso ejemplo de amor y de fidelidad, tan urgente hoy más que nunca!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Adrián Acosta López, CM
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