Pr 3, 27-34; Sal 14; Lc 8, 16-18.
“El candil se pone en el candelero para que los que entran tengan luz”
En el texto de hoy encontramos la parábola de la lámpara, que es continuación de la parábola del sembrador, porque aquel que escucha y recibe en su mente y en su corazón la Palabra del Jesús, no puede quedar indiferente. Esa Palabra es como el fuego que enciende una lámpara que no fue hecha para quedarse oculta, sino para iluminar.
Sería muy egoísta de nuestra parte recibir la luz del Evangelio y dejarla oculta, no compartirla con los demás, principalmente con aquellos que la necesitan.
Tal vez nuestros temores y defectos al inicio no permiten encender ese fuego, pero una vez que arde, es inevitable que irradie su luz a todas partes.
Por parte del Señor está el firme deseo de encender nuestra lámpara, pero también es necesario poner de nuestra parte para que esto suceda. Por eso viene esta invitación: “Miren pues cómo escuchan, porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará aun eso que cree tener”.
¿Ya tenemos encendida nuestra lámpara, o la tenemos oculta, escondida? ¿Qué me impide ser luz para los demás?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: Luz María Ramírez González
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