Ex 24, 3-8; Sal 115; Heb 9, 11-15; Mc 14, 12-16.22-26.
“Tomen, esto es mi cuerpo”
El pueblo de Israel, en su camino por el desierto hacia la tierra prometida, es decir, hacia la libertad y la dignidad, llegó a sentirse extenuado. Yahvé le sostuvo la vida y la esperanza con el maná. Es una hermosa figura de Jesucristo, a quien el Padre, en la plenitud de los tiempos, envió para sostener el camino de los hombres, en este peregrinar a veces duro y extenuante de la vida.
Jesús es el nuevo maná, mucho más eficaz que el antiguo, porque sostiene y fortalece hoy al pueblo que camina, buscando esa “tierra prometida” de una vida digna para todos, un mundo en paz y una humanidad reconciliada. Lo guía mostrándole el camino, lo alimenta con la eucaristía y le susurra al corazón que no desista, que no pierda la esperanza porque esta vida es camino hacia una plenitud indescriptible, y que si deja que Jesús viva en él, podrá comenzar a experimentar esa plenitud ya desde aquí, en este camino que es la vida.
Quien comulga el cuerpo y sangre de Jesús, establece una relación profundísima con él, una compenetración vital. Jesús viene a él, lo habita y le comunica la misma vida de Dios.
¡Gracias, Señor, por tu Eucaristía!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jesús Santoyo Mondragón, cm
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