Is 52, 13-53, 12; Heb 10, 12-23; Lc 22, 14-20.
«Esto es mi cuerpo. Esto es mi sangre”
Más que una figura de autoridad, el sacerdocio debe entenderse como una figura de servicio, de puente, de mediación. El sacerdote en el Antiguo Testamento era quien las peticiones del pueblo y daba la respuesta de Dios al pueblo. Era quien ofrecía los sacrificios a Dios, como agradecimiento o petición por alguna necesidad particular de las personas.
En el sacramento del bautismo, por la unción con el santo crisma (aceite colocado en la frente del bautizado en forma de cruz) participamos del triple ministerio de Cristo como sacerdote, profeta y rey. Gracias a ello podemos hablar con Dios nuestro padre, mediante la oración (porque somos sacerdotes), podemos hablar en nombre de Dios, porque conocemos su Palabra (porque somos profetas) y como reyes, podemos gobernar en nombre de Dios, no como el mundo gobierna, a través de la opresión, sino a través del servicio y la entrega generosa, al estilo de Jesús.
El sacerdocio de Cristo se basa en el amor. Esto nos lo recuerda en la última cena, es decir, la primera eucaristía, donde nos deja su cuerpo y su sangre como alimento en forma de pan y de vino.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jesús Santoyo Mondragón, cm
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