Hch 2,1-11; Sal 103; Gal 5,16-25; Jn 15, 26-27.16.12-15.
“Cada uno los oía hablar en su propia lengua”
Una mujer o un hombre de Dios siempre tendrá palabras de aliento para quien esté pasando grandes dificultades, porque no hablará por cuenta propia, sino bajo la guía del Espíritu Santo. El texto del evangelio resalta cómo se encontraban los discípulos: encerrados por miedo a los judíos. Su visión estaba velada, su corazón lastimado, su esperanza hecha trizas por el asesinato del Señor. Avergonzaron pública e injustamente al Maestro condenándolo a la muerte en cruz, condena reservada para los perores criminales extranjeros para infundir miedo a las colonias del imperio Romano. Los discípulos de Jesús pensarían para sus adentros: si eso hicieron con el Maestro, qué nos espera a nosotros sus discípulos. Pero el Señor resucitado los transforma con su presencia, con su deseo de paz y sobre todo con el don del Espíritu Santo que infunde sobre cada uno.
Espíritu capaz de transformar el miedo en fortaleza, la tristeza en alegría, el desánimo en esperanza. Presencia del Espíritu que les lleva a vivir y predicar el Evangelio hasta sus últimas consecuencias, hasta la muerte. Porque están convencidos de que la muerte no tiene la última palabra.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jesús Santoyo Mondragón, cm
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