Hch 1, 1-11; Sal 46; Ef 4, 1-13; Mc 16, 15-20.
“Estos son los Milagros que acompañarán a los que hayan creído…”
Después de la resurrección, Jesús se presenta varias veces a sus discípulos; luego se despide y promete enviarles al Espíritu Santo, quien les ha de fortalecer y ayudar a recordar y vivir todo cuanto Jesús les había enseñado.
Los discípulos no actúan por cuenta propia, sino por el envió del Señor resucitado y fortalecidos con el Espíritu Santo. El anuncio del Evangelio y su predicación era confirmada por los milagros que le acompañaban: “arrojarán demonios en mi nombre, hablaran lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño, impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos”. Aunque estos milagros no nos acompañen, podemos hablar de Dios a los enfermos, a la gente en depresión, a los desalentados por rupturas laborales o familiares, a los que están de luto, a los desorientados y confundidos en la vida. Y podemos “hablar” no con discursos, sino con nuestro buen comportamiento, caridad, cercanía y escucha.
Tengamos la seguridad de que no seremos nosotros quienes hablemos y actuemos; será Él, que se hace presente a través del Espíritu Santo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jesús Santoyo Mondragón, cm
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