Todos hemos escuchado la ya famosa declaración del Papa Francisco en una misa crismal, en la que les dijo a los sacerdotes allí reunidos: «Sean pastores con olor a oveja». Traducir «olor» como «aroma» compromete la intención. El carácter terroso y evocador de la descripción despierta la mente, el corazón y la nariz. A Vicente de Paúl le encantaría. Su deseo de que sus seguidores viviesen y trabajasen cerca de aquellos que son pobres expresa el alma de la misión. Aquellos que siguen el camino de San Vicente, sea como sacerdote, hermano, hermana o como miembro laico de la Familia, deben conocer y asociarse con los pobres. Un examen de conciencia para cualquiera de nosotros podría ser: ¿A qué huelo? Claramente, con nuestras diferentes habilidades y responsabilidades, podemos responder esa pregunta de varias maneras, pero debe plantearse honestamente.
En las últimas semanas, hemos escuchado muchas veces la historia de Jesús como el Buen Pastor. Dejé que mi mente vagara en un reflejo de lo que significaría para él oler a oveja, es decir, como nosotros. Celebrar la Encarnación hace algunas semanas nos brida algo para la reflexión. Jesús llegó a oler como nosotros cuando se hizo uno de nosotros. ¿Podemos decir que «él olía a nosotros en todas las cosas excepto al pecado?» (con perdón a Heb 4, 15). ¿Podemos leer el Himno de los filipenses (Fil 2, 6-11) con esta perspectiva, cómo Jesús se vació a sí mismo y llegó a oler como nosotros? Debo decir que no estoy escribiendo esto de manera irónica ni con ningún sentido de irreverencia. Encuentro la imagen ofrecida por el Santo Padre convincente y atractiva. Estoy dispuesto a permitir que se desarrolle en mi forma de pensar y hablar.
Dicho eso, permítanme estirar la ilustración en una dirección diferente. Si hablamos de Jesús como el Buen Pastor llegando a oler como nosotros, ¿qué podríamos decir de nosotros como las ovejas que llegan a oler como nuestro pastor? Cuando nos acercamos a Jesús, comenzamos a llevar su aura. Podemos comenzar a hablar y actuar como él. Podemos comenzar a pensar y sentir como él. Podemos ver las cosas y las personas de la forma en que lo hace. Es un concepto atractivo, por no decir aromático. Necesitamos respirar profundamente para reconocer e inhalar el olor de nuestro pastor.
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