Jer 31-34; Sal 50; Heb 5, 7-9; Jn 12, 20-33.
“Padre, glorifica tu nombre”
El evangelio de este domingo, semejante a un racimo de fruta, tiene muchos elementos para pensar y alimentar nuestra vida.
Jesús advierte que ha llegado la hora para ser glorificado, sabe que el grano de trigo caído en tierra da fruto abundante, pero atravesar esa experiencia hace que le sobrevenga el miedo.
El miedo ha llegado y Jesús no lo niega, al contrario, lo enfrenta. Sabe que el Padre lo ha enviado y lo acompañará hasta el final. Animado por esta confianza exclama fuerte: “Padre, da gloria a tu nombre”.
Gloria, en hebreo se dice kavod y se traduce por hígado porque es el órgano más pesado del cuerpo humano. La gloria, por tanto, es una experiencia pesada, es decir, un momento intenso de la presencia de Dios que hace girar la vida 180° de aquel que la experimenta, o sea que la transforma de raíz.
Llega la hora de que el hijo del hombre sea glorificado, es decir, de que la presencia de Dios sea de tal intensidad que quien mire en la cruz al Hijo vea también al Padre, y experimente correr la salvación por el mundo: Dios derramando su gloria sobre sus hijos todos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez Mireles, cm
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