1 Re 8, 1-7. 9-13; Sal 131, 6-10; Mc 6, 53-56.
“Pedían tocar la orla de su manto…”
No somos libélulas fantásticas, ni espíritus desen- carnados. Ni tampoco somos algún desalmado robot, hijo de la tecnociencia. Somos de carne, hueso y espíritu y lo mismo saboreamos una honda e indescriptible música que unos ravioles bien preparados. Esto viene a cuento de lo que dice el evangelio de hoy, que la gente quería “tocar al menos la orla del mando” de Jesús, “y cuantos la tocaban, quedaban sanados”.
Y la costumbre popular de tocar las imágenes sagradas tiene que ver con la añoranza de la “presencia y la figura”, de la que habla san Juan de la Cruz, y tiene que ver con el clamor de los primeros cristianos: “¡Mâran’athâ’, ven, Señor Jesús!”. Lo hemorroisa, Tomás o la Magdalena, o tantos enfermos que deseaban curarse, querían tocar a Jesús. Su cuerpo es sacramento de su divinidad. Ver y tocar ese sacramento –también en los sacramentos, o en sus vicarios: los pobres– nos fortalece y nos ayuda a meternos en su seguimiento. Estamos en el Nuevo Testamento.
Ojalá que tú y yo seamos para otros como una sencilla orla del manto de Jesús. Es la forma de agradecer a no pocas buenas y fieles gentes lo que ellas fueron en verdad para nosotros: la orla curativa del manto de Jesús.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, cm
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