2Sam 7, 4 -17; Sal 88; Mc 4, 1-20.
“El sembrador ha salido a sembrar”
Todos conocemos el trabajo del campesino: sembrar, trabajo duro y arduo, pero siempre hecho con dos pensamientos: Realismo, que quiere decir que sabe que pueden fallar muchas cosas en su siembra, que no nazca, que se llene de maleza, que no le caiga agua suficiente, que haya plaga, que venga una granizada, o un fuerte viento que le deje su siembra por el suelo. Él sabe que enfrenta todos estos peligros. Pero por otro lado lo hace con una grande confianza y esperanza que va a tener una buena cosecha.
Jesús conocía el campo y desde ahí se aplica Él mismo esta parábola. Así va sembrando su mensaje de salvación, su la Palabra la va esparciendo con realismo, donde sabe que puede no dar fruto, pero con una grande confianza en que podrá dar o fruto y así es el resultado, unos cien, otros cincuenta. Jesús sembraba su Palabra en cualquier parte donde veía alguna esperanza de que pudiera germinar. Sembraba gestos de bondad y misericordia hasta en los ambientes más difíciles. Palabras de vida por todas partes
Como Jesús, misión no es cosechar éxitos y ver resultados. Nos toca sembrar semillas de vida y de esperanza y gestos de misericordia por donde pasemos. Necesitamos pasar de la obsesión por “cosechar” a la paciente labor de “sembrar”. Jesús nos dejó en herencia la parábola del sembrador, no la del cosechador.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Benjamín Romo Martín, cm
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