Dios todavía se hace hombre

por | Ene 2, 2018 | Benito Martínez, Formación | 0 comentarios

 

La venida de Dios a la tierra

Jesucristo toma la humanidad en el seno de María el día de la Encarnación y se hace visible con su nacimiento en Belén. Este Jesús humano es el único camino que tenemos para cono­cer a Dios en este mundo. Solo en Jesús encontramos al Dios verdadero, Dios absoluto, pero también cercano a cada persona y protagonista de una historia humana. No sabemos quién es Dios si no lo descubrimos a través de Jesús.

La dimensión humana de Cristo ha quedado ensombrecida por querer asegurar su divinidad. Tenemos la tendencia a deshumani­zar a Jesucristo, con todas sus consecuencias. Jesús Dios, puramente divino, oscu­rece al Jesús hombre del evangelio que nos reviste de su Espíritu para que nos convirtamos en Él y a lo largo de su vida pública nos enseña el camino de incorporarnos a su Humanidad.

Sólo en Jesús humano conocemos los valores de nuestra vida cristiana. Existe el peligro de formular estos valores a partir de definiciones, «la oración es esto…, la pobreza consiste en esto otro…, el amor fraterno tiene tales características…». Pero qué es la oración, la pobreza o la fraternidad, solamente lo sabemos al contemplar cómo los vivió Jesús. Jesús es un modelo de vida y la raíz de sus valores. “De él, queridas Hermanas, aprenderán los medios para practicar las sólidas virtudes que su santa Humanidad ejerció en el Pesebre desde su Nacimiento. De su Infancia alcanzarán cuanto necesiten para llegar a ser verdaderas cristianas y perfectas Hijas de la Caridad” (c. 712).

Santa Luisa de Marillac escribe que el Espíritu Santo llena a las Hijas de la Caridad del amor a la Humanidad de Jesucristo y las empuja “a la práctica de sus virtudes” (E 67), ya que la verdadera vida espiritual de una Hija de la Caridad se ejerce en la humildad, en la sencillez y en el amor a la humanidad de Jesucristo, que es la perfecta caridad, y estas virtudes son su espíritu (c. 420). San Bernardo recuerda que la Humanidad de Jesús está presente en los sacramentos y a nuestro lado. Por eso, el punto de arranque de la espiritualidad cris­tiana está en incorporarnos a la humanidad de Cristo y convertirnos en Él, teniendo presente aquella sentencia antigua: cuando somos jóvenes queremos cambiar el mundo, cuando somos personas maduras y vemos que esto es imposible, pensamos cambiar nuestro alrededor y después de años, vemos que también esto es imposible y ya solo intentamos cambiarnos a nosotros mismos.

Cambiarnos a nosotros mismos sin caer en un cristia­nismo «idealista», de valores teóricos y ajenos a experiencias y exigencias de la vida diaria, sin intentar que Jesús se adapte a nuestros intereses e ideologías y sin creer que todo lo que Jesús vivió en su tiempo lo podemos reproducir nosotros. Se trata de identificarnos con su espíritu, con las actitudes que encarnó y que nosotros debemos encarnar. Así, al identificarse con Jesús, la Hija de la Caridad se transforma en Él, al tiempo que va estableciendo el Reino de Dios en el mundo por medio de la justicia, el amor y la paz, haciendo que las riquezas de la tierra sean distribuidas también entre los pobres.  

Transformarnos en Cristo

Es costumbre en la tradición cristiana animar al «seguimiento de Cristo» y a la “imitación de Cristo”, san Vicente de Paúl, sin embargo, prefiere animar a “revestirse del espíritu de Jesucristo”, porque en «el seguimiento o la imitación» parece que el acompañante y el modelo están fuera del discípulo que quiere ser como Cristo, mientras que revestirse, enraizarse sugieren transformarse en Cristo, ser otro Cristo. En él Dios asumió la condición humana, tuvo una historia como la nuestra, vivió nuestras experiencias, se entregó a una causa por la cual tuvo éxitos y fracasos y por la cual dio su vida. Nuestra vida vicenciana debe incorporarnos a la Humanidad de Jesús de Nazaret, hombre igual a nosotros en todo menos en el pecado, en el cual habitaba la plenitud de Dios y es el modelo único de nuestra vida humana, cristiana y vicenciana. “Este pensamiento me ha venido después de haber deseado por algún tiempo el amor de la Humanidad santa de Nuestro Señor para verme empujada a la práctica de sus virtudes especialmente la mansedumbre y la humildad, la tolerancia y el amor al prójimo” (E 67).

Todos los valores, exigencias y experien­cias de esta espiritualidad las encontramos en la vida que practicó Jesús. Es él quien fundamenta y encamina nuestra llamada a buscar a Dios y a vivir su intimidad. Jesús era el hombre entregado al Padre, que buscó su voluntad hasta el sacrificio de la cruz, que vivió en una absoluta intimidad con él, que expresó esta intimidad siendo el adorador del Padre, el servidor de su designio de amor y el evangelizador de los pobres. Bajo estos aspectos Jesús nos enseña el amor, nos anima a luchar por la verdad y la justicia, y da sentido a nuestra opción por los pobres.

San Vicente y santa Luisa pusieron el centro de la vida espiritual en incorporarse a la humanidad de Jesús. San Vicente lo resume en un consejo que dio al joven P. Durand: en cada momento pregúntate que haría ahora Jesús (XI, 240). Y santa Luisa en “honrar a Nuestro Señor Jesucristo por la práctica de las virtudes que su santa humanidad nos ha enseñado por sí misma” (c. 500).

Conocer a Jesús de Nazaret

Para convertirnos en Jesucristo hay que conocer su vida, desde que nace en Belén hasta que muere en Jerusalén. Y conocer por qué y para qué vivió de aquel modo. Jesús nos enseña a amar, a sufrir, a entregarnos a un propósito, a tener esperanza, y también a morir, como seres humanos. Adentrándonos con fe en los evangelios, podemos conocer la Humanidad de Jesucristo y estar en posesión de una sólida cristología, aunque no reemplace la experiencia de vivir el evangelio que nos trasmite lo que más intensamente impresionó a los apóstoles y a los primeros discípulos, recogido en la tradición de las primeras comunidades como el recuerdo más significativo de aquel Hombre: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado y nuestras manos han palpado acerca del Verbo que es vida, les anuncia­mos» (1 Jn 1,1).

El conocimiento que sacamos de los evangelios es mucho más que un estudio cristológico y bíblico. Es un encuentro en la fe y en el amor, que nacen de la oración contemplativa. Se trata de conocer al Señor «experimentalmente», como un discípulo y no como un estudioso o un investigador. La cristología católica es una cristología contemplativa, de experiencia, que lleva a revertirse del Espíritu de Jesús.

No es fácil el conocimiento contemplativo de Jesús. Va más allá de la razón. San Pablo nos habla de una «sabiduría escondida venida de Dios» (1Co 1,30; Ef 1,9), que le reveló el conocimiento del Señor (Ga 1,16) de cara al cual tuvo todo lo demás por pérdida (Flp 3,8). Experimentar la presencia de Cristo en nosotros, conocer contemplativamente a Jesús es un don del Padre. Requiere en nosotros, para poderla acoger como sabiduría, pobreza de corazón y los dones del Espí­ritu Santo.  

Poder imitar la vida de Jesús anima a las Hijas de la Caridad a un contacto constante con los evangelios, que haga cercano a un Cristo donde se acentúa unilateralmente la divinidad, con las váli­das excepciones del Jesús de la navidad y de la pasión.

Enseñanzas del evangelio

Contemplando la vida de Jesús en los Evangelios, las Hermanas irán descubriendo las semejanzas del contexto histórico en que Jesús realizó su misión y las condiciones, desafíos y conflictos que marcaron su compromiso, con el contexto histórico de la sociedad moderna en las que desarrollan sus tareas y su vida espiritual. Esto hace al Jesús histórico y a su Humanidad cercano a las Hermanas.

La figura de Jesús Hombre de los evangelios, compañero de viaje, tiene plena actualidad para un mundo que sufre el hambre, la violencia, la discriminación, la intolerancia, los fanatismos. Es un Jesús invisible, porque su cuerpo humano se transformó con la resurrección, pero que está próximo a quienes le invocan, un Jesús que dejó una herencia incorruptible: “La paz os dejo, mi paz os doy; no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14, 27).

En los evangelios, a pesar de lo poco que hablan de María, la Hija de la Caridad puede descubrir la relación progresiva que su vida espiritual tiene con la mujer humana que era María. La Hija de la Caridad que la ha escogido como modelo de entrega al Señor, contempla en la vida de María su condición histórica a partir de los evangelios, especialmente su fidelidad al seguimiento de Jesús. Los privilegios y la exaltación de María se humanizan cuando examinamos la manera histórica que tuvo de vivir su plenitud de gracia en la humildad, la vida oculta que llevó en Nazaret, la fe, el sufrimiento, la solidaridad con los pobres y afligidos de su tiempo (Lc 1,46-55).

Se ha acabado el tiempo de los silencios. Son tiempos de testimonio, de compromiso, de avivar la fe en Jesús de Nazaret, de seguir sus huellas, de hacer nuestras las demandas de servicio y solidaridad con los más deprimidos, de ayudar a implantar el Reino de Dios entre los pobres como reino de justicia, de paz, de libertad y de igualdad.

Autor: Benito Martínez, CM

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