Jn 2, 3-11; Sal 95; Lc 2, 22-35.
“Cristo es la luz que alumbra a las naciones”
Simeón, de quien se dice que era un “hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel”, reconoce en Jesús al Mesías, al esperado según las promesas de Dios. Y lo re-conoce precisamente porque además de ser justo y piadoso “el Espíritu Santo moraba en él”, es decir, el Espíritu es quien nos permite reconocer a Dios. Simeón lo reconoce en Aquél pequeño niño, hijo de una familia pobre, por eso lo acoge, lo toma en brazos, bendice a Dios y lo declara “¡Luz de las naciones!”.
Y ciertamente, esa luz de Jesús viene para todos, pero es necesario reconocerla y acogerla, como Simeón; es por eso que Juan nos declara: “Quien afirma que está en la luz y odia a su hermano, está todavía en las tinieblas”, no porque no se nos ofrezca la luz, ni porque el Espíritu Santo no more en nosotros (ya lo hemos recibimos desde el bautismo), sino porque no hemos sido capaces de reconocerlo y acogerlo presente en nuestros hermanos, sobre todo en los más pequeños, en los más pobres, en los insignificantes o despreciables.
Navidad es la fiesta del Amor, de la Alegría, de la Luz. Por eso nos preguntamos: ¿Así la vivimos de corazón, o estamos todavía en las tinieblas del error, del pecado, del resentimiento, del egoísmo, del consumismo?
“Quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Catalina Carmona Librado, HdC
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