Hch 6, 8-10, 7, 54-60; Sal 30; Mt 10, 17-22.
“En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu”
Pareciera de mal gusto colocar la fiesta de San Esteban, apenas un día después de la Navidad; como cuando disfrutando de un sueño idílico, alguien nos despierta. Sin embargo, también nos ayuda a recordar lo frágil que es la vida y que, a ese bebé recién nacido, no le espera una vida fácil, como tampoco lo será para quienes se propongan a seguirlo.
Y esto, lejos de deprimirnos o desanimarnos, ha de ayudarnos a abrir los ojos y el corazón para pedirle a Dios que renazca en nuestras vidas y que nosotros podamos seguirlo sin ingenuidades, sino con coraje y convicción.
Llama la atención el detalle que refiere que Esteban discutía con algunos judíos de la sinagoga llamada “de los libertos” y por definición encontramos que “los libertos” eran esclavos que de algún modo habían conseguido la libertad. Y, paradójicamente, es precisamente, el mensaje de libertad lo que no aceptan, pues no hay mayor libertad que quien no se apega ni siquiera a su propia vida, porque ha descubierto lo único por lo que realmente merece la pena vivir y morir. Así, Esteban entrega su vida como ofrenda agradable a Dios, en testimonio de amor y de fidelidad.
“El que persevere hasta el fin, se salvará”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Catalina Carmona Librado, HdC
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