Is 52, 7-10; Sal 97;Heb 1,1-6; Jn 1, 1-18.
“Encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”
Este es el signo de siempre para encontrar a Jesús. No sólo entonces, sino también hoy. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos el signo: la fragilidad de unniñorecién nacido, la dulzura de verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios.
Dejémonos interpelar por el Niño en el pesebre, pero dejémonos interpelar también por los niños que hoy, no están recostados en una cuna ni acariciados por el afecto de una madre ni de un padre, sino que yacen en los escuálidos «pesebres donde se devora su dignidad»: en el refugio subterráneo para escapar de los bombardeos, sobre las aceras de una gran ciudad o en el fondo de una barcaza repleta de emigrantes. Dejémonos interpelar por los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque nadie sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos juguetes, sino armas.
Jesús nace rechazado por algunos y en la indiferencia de la mayoría. También hoy puede darse la misma indiferencia, cuando Navidad es una fiesta donde los protagonistas somos nosotros en vez de él; cuando las luces del comercio arrinconan en la sombra la luz de Dios; cuando nos afanamos por los regalos y permanecemos insensibles ante quien está marginado. Esta mundanidad se tomó como rehén la Navidad y se hace necesario liberarla.
Entremos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de la Navidad: la belleza de ser amados por Dios. (Cf. Mensaje de Navidad 2016 del Papa Francisco).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Catalina Carmona Librado, HdC
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