“Se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas”
Cant 2, 8-14; Sal 32; Lc 1, 39-45.
María, una vez que recibe del ángel el anuncio de que será ella la madre de Dios, no busca colocarse en una posición privilegiada; no sale en busca de la primera sinagoga que encuentre a su paso para ubicarse lo más cerca del lugar santísimo y hacerle saber a las autoridades y al público en general que será ella la Madre de Dios. De ninguna manera. Ella, se pone en camino, para servir a su prima, ya anciana.
También el Papa, en diversas ocasiones nos ha exhortado a ser una “Iglesia en salida”, diciéndonos: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero TODOS somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.” Y “la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”.
Y si abrimos los ojos, nos daremos cuenta que estas “periferias” están más cerca de lo que pensamos: el hermano al que no le hablo, el familiar con quien nos hemos distanciado, el padre alcohólico que ya dimos por perdido, el vecino a quien ni siquiera saludamos… en fin, salgamos a su encuentro, para que como María anunciemos la Buena Noticia de la cercanía de Dios.
“¡Ya viene mi amado, ya escucho su voz!”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Catalina Carmona Librado, HdC
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