Dan 7, 2-14; Sal: Dn 3, 75-81; Lc 21, 29-33.
Nos encontramos al final del año litúrgico, y las lecturas nos lo van haciendo saber y sentir. La profecía de Daniel nos describe imágenes que parecieran sacadas de una película de terror, sin embargo, el relato desemboca en la llegada de un anciano respetable ante quien se presenta “un hijo de hombre” a quien le es otorgado el poder real y el domino sobre las naciones. Figura todo esto de la realidad que el profeta observa, es decir, de cómo pareciera que el mal es enorme, escandaloso y temerario, de cómo distrae incluso al profeta: “yo seguía mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno”. Esta revelación nos puede ayudar a reflexionar en cómo se presenta el mal en nuestro mundo, de esa manera tan ruidosa y avasalladora.
Sin embargo, la lectura del Evangelio nos habla de unos brotes, como signo de la llegada del verano, es decir, de la llegada del Reino de Dios; Jesús utiliza una imagen casi imperceptible, pero esperanzadora; como invitándonos a dirigir la mirada hacia estos signos sencillos y frágiles para que purifiquemos nuestra sensibilidad espiritual y detectemos los “pequeños brotes” de la llegada del Reino.
En nuestras vidas: ¿Cuáles son esos pequeños brotes de la llegada y presencia de Dios: en tu vida personal, en tu familia, en tu trabajo, en tus espacios de convivencia, etc…? Descúbrelos para que este día sean motivo de esperanza y de agradecer el “calor” de Dios que los hace brotar.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Catalina Carmona Librado, HdC
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